Las empresas solo tributan por tres de cada cinco euros de sus beneficios
Las grandes compañías evitan que se les calcule y cobre el impuesto de sociedades por más del 40% de sus ganancias
Las empresas españolas pagan el impuesto de sociedades únicamente sobre una parte de sus beneficios y no sobre el total de sus ganancias. Esta separación entre el resultado neto y la base sobre la que después se calcula el gravamen es una constante que sucede desde hace más de 15 años en España, cuando estalló la crisis financiera. Y 2023 no fue una excepción. El pasado ejercicio, las compañías registraron un resultado neto de casi 300.000 millones de euros. Sin embargo, de ese volumen, únicamente 176.500 millones (el 58,8%) fueron a parar a la cantidad sobre la que posteriormente se aplica ...
Las empresas españolas pagan el impuesto de sociedades únicamente sobre una parte de sus beneficios y no sobre el total de sus ganancias. Esta separación entre el resultado neto y la base sobre la que después se calcula el gravamen es una constante que sucede desde hace más de 15 años en España, cuando estalló la crisis financiera. Y 2023 no fue una excepción. El pasado ejercicio, las compañías registraron un resultado neto de casi 300.000 millones de euros. Sin embargo, de ese volumen, únicamente 176.500 millones (el 58,8%) fueron a parar a la cantidad sobre la que posteriormente se aplica el tipo impositivo correspondiente. La cuestión no es menor, ya que del tamaño de esa cuantía dependen buena parte de los ingresos públicos.
Para entender el distanciamiento progresivo que se produce entre estos dos conceptos —beneficio y base imponible— hay que remontarse primero a la crisis económica de 2008 y a la generación de una ingente cantidad de créditos fiscales. Estas pérdidas acumuladas actúan en la práctica como salvaguarda al permitir aminorar el pago de impuestos y siguen suponiendo una rémora para la recaudación societaria.
La serie histórica que actualiza anualmente la Agencia Tributaria da cuentas de la evolución de la brecha y del alcance del fenómeno. Entre 1995 y 2008, los beneficios y la base imponible de las empresas avanzaban casi a la par, de forma que cerca del 90% de los ingresos iban a parar a la base sobre la que se tributa. Esto cambió radicalmente tras la gran recesión, cuando la proporción entre ambos conceptos se hundió por debajo del 60%. El suelo llegó en 2019, con un 38% que se fue recuperando paulatinamente hasta el 58,8% de 2023. Pese a esta corrección, avanzan los expertos consultados, el lastre de los créditos fiscales hace imposible volver a los porcentajes de los años de vacas gordas. El impuesto de sociedades está condenado a ver escapar sine die buena parte de su potencial recaudatorio.
El funcionamiento del crédito fiscal, tal y como detalla Francisco de la Torre, inspector de Hacienda del Estado, es simple. Las empresas generaron miles de millones en pérdidas y las consignaron en sus cuentas. Hoy, esas bases imponibles negativas siguen latentes y pueden compensarse en cada ejercicio fiscal en función de las necesidades societarias, con el objetivo principal de limitar o aminorar la cantidad final sobre la que se debe tributar. Dicho de otro modo: las compañías pueden detraer las pérdidas pasadas de los beneficios de años posteriores, en una práctica que “supone una erosión brutal de la base imponible consolidada”, añade el inspector y autor del libro Y esto, ¿quién lo paga? (Debate).
Esta situación, explica Violeta Ruiz Almendral, profesora titular de Derecho Financiero y Tributario de la Universidad Carlos III de Madrid, supone la principal divergencia del impuesto de sociedades y no tiene visos de corregirse en el medio y largo plazo. Las pérdidas acumuladas que todavía se arrastran aminoran la base imponible “sin remedio” y “agrandan la brecha” entre los beneficios y la base imponible. “Hay que tener en cuenta que estos conceptos representan dos maneras diferentes de mirar la misma realidad en tanto que las empresas tienen esa capacidad de ajuste, por lo que cualquier parecido entre el resultado contable y el fiscal será siempre pura coincidencia”.
Esta académica formó parte del grupo de expertos que redactó a principios de 2022 el Libro Blanco para la reforma fiscal, un documento encargado por el Ministerio de Hacienda que descansa desde entonces en los cajones de la sede del departamento que dirige María Jesús Montero. Ruiz Almendral recuerda que ella y sus colegas lograron cuantificar el volumen acumulado de créditos fiscales vivos actualmente, una cifra tan desorbitada que, en un primer vistazo, pensaron que se trataba de una errata. La cantidad supera los 575.000 millones de euros, más de medio billón que equivale a casi una tercera parte del actual PIB de España. “Si el 100% de las bases imponibles negativas se compensaran, no tendríamos impuesto de sociedades en cerca de 20 años”, resume la experta.
No obstante, parte de ese crédito teórico ha ido borrándose según han ido desapareciendo las empresas que en aquellos años registraron mayores pérdidas y que no lograron sobrevivir. Sin embargo, recalca Ruiz Almendral, esa base imponible negativa se presupone todavía demasiado elevada. “El agujero es ingente”, subraya De la Torre. Por todo ello, los expertos ven casi imposible poder llegar a los niveles recaudatorios de los años previos a 2008. En 2023, con unos beneficios de casi 300.000 millones, los ingresos del impuesto de sociedades llegaron a los 35.000 millones. Es la cifra más elevada de los últimos ejercicios, pero sigue lejos de los casi 45.000 millones cosechados en 2007 con un resultado contable mucho menor, de 218.000 millones.
Rentas exentas y tipo efectivo
Las bases imponibles negativas a compensar suponen el gran agujero del impuesto de sociedades español, pero no el único. Otro de gran calado —que también contribuye a esta divergencia entre los beneficios y la base imponible— es la exención fiscal de las rentas obtenidas por las empresas en el exterior. Rubén Gimeno, secretario técnico del Registro de Economistas Asesores Fiscales (REAF), explica que el resultado contable de las empresas se depura con ajustes inevitables como los créditos fiscales, “pero también con otros como los dividendos y plusvalías generados en el exterior, que están exentos para evitar la doble imposición”.
También apunta a este factor Jesús Ruiz-Huerta, director del Laboratorio de Políticas Públicas de la Fundación Alternativas y presidente del comité de expertos para la reforma fiscal. “A pesar de los problemas actuales de orden geopolítico, la globalización es una constante mantenida a lo largo de los últimos años y cada vez más empresas colocan sus productos en otros países, en los que pagan sus impuestos, que procuran descontar a la hora de declarar y pagar el impuesto de sociedades”. Es decir, “si a los créditos fiscales se le suma el régimen beneficioso para la internacionalización de las empresas, hay poco que rascar en el impuesto de sociedades”, esgrime Ruiz Almendral.
La erosión de las bases imponibles condiciona de lleno el debate sobre los tipos efectivos, es decir, el gravamen que realmente afrontan las compañías sobre sus beneficios. El sector empresarial suele recordar que paga un tipo cercano al 23%, pero este porcentaje afecta a la base imponible consolidada, y no al resultado neto real. De hecho, según la Agencia Tributaria, si el gravamen se calcula únicamente sobre el resultado contable positivo, cae en picado hasta el 12%.
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