Opinión

España 4.0: reimaginar el modelo de crecimiento

En este proceso no se nos debe escapar que la clave estará en la complicidad entre el sector público y el privado

Tomás Ondarra

Decía Hölderlin, el gran poeta romántico alemán, que “allí donde crece la amenaza y el peligro, también crece lo que nos salva”. La crisis de la covid-19 ha supuesto una gran disrupción en términos de salud pública, económicos y sociales. También por su impacto sincrónico a nivel mundial. En este sentido ha sido una disrupción como no la hemos conocido en los últimos 100 años, ni tan sólo —precisamente por su alcance global—, en períodos de guerra. Pero a la vez hemos contado, como sociedad, ...

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Decía Hölderlin, el gran poeta romántico alemán, que “allí donde crece la amenaza y el peligro, también crece lo que nos salva”. La crisis de la covid-19 ha supuesto una gran disrupción en términos de salud pública, económicos y sociales. También por su impacto sincrónico a nivel mundial. En este sentido ha sido una disrupción como no la hemos conocido en los últimos 100 años, ni tan sólo —precisamente por su alcance global—, en períodos de guerra. Pero a la vez hemos contado, como sociedad, con un antídoto que no sabría decir si nos ha “salvado”, pero sin duda sí ha mitigado el impacto de esta crisis: la digitalización y la conectividad.

Es pronto aún para extraer conclusiones respecto a lo que habremos aprendido y lo que nos quedará cuando superemos esta crisis. Lo que sin duda es ya un hecho es la aceleración de la digitalización de muchos procesos también en nuestro día a día.

No sabemos cuánto habríamos tardado en condiciones normales en adoptar herramientas de trabajo y de relación social como las múltiples aplicaciones de videoconferencia y trabajo cooperativo. Pero se han instalado entre nosotros y se han demostrado un elemento crítico del sistema nervioso digital que ha permitido que una parte no despreciable de la economía haya mantenido niveles aceptables de actividad, con todo lo que ello supone en términos de mitigación del impacto económico y social.

Lo que sí sabemos con certeza es que no vamos a superar con éxito esta crisis si no hacemos una apuesta decidida por superar uno de los grandes lastres de nuestra economía: la menor productividad en relación a nuestros competidores más directos.

No podemos pensar que nuestra competitividad se juegue siempre en el territorio de los costes salariales —tradicionalmente más bajos en nuestro país—. Tenemos que apostar por la mejora de la productividad como el factor determinante para el salto cualitativo que tiene que dar la economía española.

Es además el factor clave de sostenibilidad competitiva a largo plazo: pensemos que en España el valor añadido por trabajador es de los más bajos de la Unión Europea. Una parte de esta diferencia deberemos cerrarla insistiendo en la dimensión —por ello consolidación e internacionalización— de nuestro tejido empresarial. Hay una correlación clara entre dimensión y productividad.

Pero tenemos que apostar aún más decididamente por el vector de la transición digital de la economía y la sociedad españolas.

De la mano de la digitalización aflora una mayor productividad; una mejora en la eficiencia de todos los procesos —con las derivadas en materia de sostenibilidad y cambio climático—; afloran nuevos modelos de negocio que demandarán nuevos perfiles profesionales y ofrecerán nuevas oportunidades; aflorará definitivamente la Industria 4.0 apoyada en la eclosión del ecosistema del 5G.

En buena medida estamos ante la urgencia pero también ante la gran oportunidad de reimaginar la economía de nuestro país: gestionando la transición hacia una economía baja en carbono; apoyando sectores más intensivos en conocimiento y por ello de mayor valor añadido; e invirtiendo en las infraestructuras necesarias para asegurar un entorno atractivo para la inversión y la innovación.

Innovación y digitalización demandan infraestructuras de conectividad que serán tanto físicas como virtuales. Este proceso de reimaginación y transición del modelo económico en España, pasará por la eclosión del ecosistema del 5G.

El 5G permitirá un flujo de datos 10 veces más rápido que el que proporciona el 4G; dividirá por 10 los tiempos de respuesta; y multiplicará por 10 la densidad de conexiones debido a los miles de millones de objetos y dispositivos conectados.

Lo que está en juego en el despliegue de la nueva tecnología va más allá de estas cifras. Se trata de una disrupción que nos permite entrar definitivamente en la era digital. Dará lugar a nuevos modelos económicos, negocios y servicios, tanto para las empresas como para los ciudadanos, y creará profesiones que hoy ni siquiera imaginamos. En la salud, la educación, la movilidad, los servicios públicos, superará las limitaciones físicas y geográficas.

De ello dependerá la competitividad industrial y de servicios en España y en Europa en su conjunto. Estamos ante un reto estratégico reflejo de la competencia por el liderazgo digital dentro de la Unión Europea, y de la UE en relación a otras grandes regiones económicas.

El 5G o será industrial o no será. Siguiendo la estela de lo que ya han puesto en marcha países como Alemania, Francia o los Países Bajos, debemos potenciar como país el desarrollo de redes privadas 5G en entornos industriales. Que permitan a las plantas de automóviles, a los polos de producción química, a los grandes polígonos industriales, disponer de las prestaciones necesarias para implantar aplicaciones y procesos cuyo despliegue sólo será posible sobre la base de una infraestructura pensada para el 5G.

La tecnología 5G está aquí y es una buena noticia. Será uno de los catalizadores para el Plan de Recuperación en Europa, el Next Generation EU, con programas que pivoten sobre los ejes de la transición digital y ecológica. Ambas avanzarán de la mano y como país debemos ser capaces de coliderarlas.

En este proceso de reimaginación no se nos debe escapar que la clave estará en la complicidad y trabajo cooperativo entre sector público y sector privado. No es lo uno o lo otro, sino lo uno con lo otro. Disponemos como país de una tupida red de universidades, centros tecnológicos y de innovación que no avanzarán si no es de la mano de empresas que den salida concreta al impulso emprendedor que ahí se gesta. Depende pues de nosotros.

Tobías Martínez es consejero delegado de Cellnex.

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