Opinión

¡Vivan los errores!

El cambio de postura de la presidenta del BCE desde el inicio de la crisis beneficiarán la recuperación

La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde.DANIEL ROLAND

¡Vivan los errores! Cuando son garrafales y exagerados —y si hay alguien dispuesto a combatirlos—, ayudan a su autocorrección. Y provocan, a plazo, su sustitución por aciertos. En el primer compás de esta crisis, Christine Lagarde cometió un traspié: “No estamos aquí para reducir los diferenciales de la deuda, para eso hay otras herramientas”, dijo el 12 de marzo. Contrariaba la estrategia de Mario Draghi de evitar los diferenciales de deuda que fragmentaban el mercado financiero en tipos de interés nacionales reales demasiado diferentes entre países fuertes y débiles.

Ese tropiezo, por...

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¡Vivan los errores! Cuando son garrafales y exagerados —y si hay alguien dispuesto a combatirlos—, ayudan a su autocorrección. Y provocan, a plazo, su sustitución por aciertos. En el primer compás de esta crisis, Christine Lagarde cometió un traspié: “No estamos aquí para reducir los diferenciales de la deuda, para eso hay otras herramientas”, dijo el 12 de marzo. Contrariaba la estrategia de Mario Draghi de evitar los diferenciales de deuda que fragmentaban el mercado financiero en tipos de interés nacionales reales demasiado diferentes entre países fuertes y débiles.

Ese tropiezo, por demasiado evidente, contribuyó a su propia enmienda: una semana después, las compras de deuda del programa contra la pandemia del BCE se dotaban con 750.000 millones. De los que la vara alta se la llevan los más afectados, Italia y España, evitando justamente que se disparen los diferenciales de su deuda pública, sus primas de riesgo.

De igual manera, el brutal yerro del Tribunal Constitucional alemán, oponiéndose a la expansión cuantitativa del BCE, y atacando de refilón al Bundestag y al Gobierno federal, afianza el orgullo de la independencia de Fráncfort.

Así, reiteró ayer Lagarde que lo de Karlsruhe no va con ella, que todo se resolverá si se respeta la independencia del BCE, la primacía del derecho europeo y la sentencia del Tribunal de la UE, ante la que los jueces alemanes se rebelaron.

Igualmente, la provocación de estos precipitó que el Gobierno de Angela Merkel decantase sus dudas en favor del activismo presupuestario —el Plan de recuperación financiado con deuda común— para, entre otras cosas, restar presión a la política monetaria. Y la errónea sobreactuación del Gobierno holandés, florineando a los mediterráneos, ha debilitado a su propio frente de halcones.

También los errores de 2008 y 2011 (alza atrabiliaria de tipos del BCE) y de 2010 en adelante (crueldad en el rescate de Grecia) funcionan como anticuerpos para esta recesión. Los científicos siguen el método de la prueba y el error. Y las gentes e instituciones razonables aprenden de sus propios errores. Así se distinguen de los fanáticos.

Hay dos pasajes de las decisiones adoptadas ayer por el BCE que no tienen pérdida. Uno está escrito en el primer párrafo de su comunicado: ratifica que las compras de deuda se realizarán “de manera flexible, a lo largo del tiempo, entre distintas clases de activos y entre [diferentes] jurisdicciones”.

Es justamente esa flexibilidad uno de los peores fantasmas para Karslruhe, que solo contemplaría en último término como aceptables (párrafo 201 y siguientes) las compras de deudas manteniéndolas “sujetas a límites” establecidos en términos nacionales, temporales y de clases de activos. Límites que, reitera el BCE, se rasgan.

El otro es una bella frase de Lagarde: lanza el paquete de ayer “para apoyar la economía durante la apertura gradual y para proteger la estabilidad de precios”. O sea, en su secuencia, primero la política económica global —la pesadilla del TC alemán— , y solo luego su aspecto monetario centrado en el control de la inflación. Ambos son fines del BCE según su Estatuto (que los talibanes ignoran), incorporado al artículo 127 del Tratado de Funcionamiento de la UE... pero en orden inverso.

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