Columna

Política del miedo

Entre tanto pesimismo como nos anega y ahoga debo dar una noticia positiva: me ha tocado la lotería. Es cierto que ha sido un premio modesto, modestísimo, que apenas sí me dará para algo más que comprar un jamón a los suegros, que bien lo merecen, y tal vez ni siquiera de pata negra, pero entre tanto desánimo e inquietud los pequeños detalles como este hacen que la vida parezca un poco menos catastrófica. Uno lee los periódicos y se le ponen los pelos, que en mi caso son un lejano recuerdo de juventud, como escarpias. La señora Merkel y otros emblemas del Mal están empeñados en cocernos a fueg...

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Entre tanto pesimismo como nos anega y ahoga debo dar una noticia positiva: me ha tocado la lotería. Es cierto que ha sido un premio modesto, modestísimo, que apenas sí me dará para algo más que comprar un jamón a los suegros, que bien lo merecen, y tal vez ni siquiera de pata negra, pero entre tanto desánimo e inquietud los pequeños detalles como este hacen que la vida parezca un poco menos catastrófica. Uno lee los periódicos y se le ponen los pelos, que en mi caso son un lejano recuerdo de juventud, como escarpias. La señora Merkel y otros emblemas del Mal están empeñados en cocernos a fuego lento, en atemorizarnos con las primas de riesgo y otras penas del infierno para que rectifiquemos y escojamos la senda virtuosa de la austeridad. Para que no gastemos, se nos dice, lo que no tenemos.

Es un escándalo que los partidos, de derechas o izquierdas, no obliguen a rectificar este camino

Por mi parte, yo, como ahora tengo 400 euros, haré caso omiso. Voy a gastármelos, tan feliz y contento como unas pascuas. Quiero contribuir así a que se anime el consumo y se creen puestos de trabajo. De lo que después vendrá, ya hablaremos. Sé bien que son las hormigas alemanas las que prosperan, y que a las cigarras del sur no les esperan más que inviernos ateridos, pero -qué quieren que les diga- ya me estoy cansando de este cuento. Al fin y al cabo, cuando reunificaron la Germania no dudaron en tirar de la chequera, y en endeudarse como todo hijo de vecino. Además, aunque me alegro muchísimo de que, según leo en El Mundo, Galicia sea una de las comunidades con menor deuda en relación a su PIB, no me da la impresión que eso nos ayude demasiado.

Y es que aunque, como reza el clásico, yo era un tonto y me he convertido en dos tontos, e incluso en tres o más, hay cosas que no acabo de entender. Por ejemplo, si lo había entendido bien, desde la Segunda Guerra Mundial, los países avanzados eran más o menos keynesianos y habían hecho un gran pacto social para crear el Estado de Bienestar, al que España llegó tarde y mal. Sin embargo, de repente, no solo las políticas de gasto público, de estímulo, están equivocadas sino que, además, resultan prohibidas en la Constitución a cuenta de una crisis provocada por las finanzas desreguladas. O sea que un médico mata a su paciente y lo convertimos en Ministro de Sanidad. Misterios de la plutocracia europea que comunica por carta sus designios a los gobiernos.

Todo el mundo sabe que en España ha habido una burbuja inmobiliaria del copón. Y que Rodrigo Rato lo sabía, y que Solbes lo sabía, y que lo sabía casi todo hijo de vecino excepto los inocentes para los que es 28 de Diciembre todo el año. Esa burbuja consistió -si lo he captado bien- en que a montones de asalariados que ni en sueños podrían especular con ellas se les vendieron viviendas que no valían lo que costaban. Pues bien, los señores que se forraron con ellas, les dicen ahora a los que resultaron ser unos pardillos que... no podían comprar las casas que les vendieron. ¡Y esto lo declinan algunos con rijosos argumentos macroeconómicos!

Por supuesto, todos estos regatos acaban en la mar, que es la justificación del cambiazo que nos están pegando y que amenaza nuestro modo de vida. Los poderes de la tierra se han confabulado en una política del miedo para que así traguemos lo que haya que tragar. Precisamente porque ellos ya no tienen pavor alguno. Ello era que en un tiempo existía la Unión Soviética, la amenaza de la revolución y el movimiento obrero, y, de repente, todo eso se desvanece al mismo tiempo que la gente cree haber llegado a la clase media. Al mismo tiempo, en China aparece un modo sui géneris de capitalismo manchesteriano que tira de los salarios a la baja. De la lógica de esos factores resulta que el capitalismo, que no tiene ya nada enfrente que lo intimide o limite -ya no hay pueblo-, progresa en su tendencia natural: acumular capital por arriba y aumentar la desigualdad por abajo.

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Es una dirección que conduce a crisis económicas de libro y que sólo podría contrapesarse a través de la política. Pero ¿dónde están las fuerzas que puedan hacerlo? Desde luego, es un escándalo que el BCE financie a los bancos, pero no a los estados, y haga rehenes de las deudas a los pueblos, promoviendo así la destrucción del modelo europeo. Y es un escándalo que las fuerzas políticas, de derechas o de izquierdas, de diáconos o de archimandritas, no clamen al cielo y obliguen a rectificar ese camino de espinas.

Si no hay nada que lo pare no sabemos hasta dónde puede llegar la degradación de nuestras condiciones de vida. La utopía europea será sustituida por la más salvaje de los Estados Unidos y veremos si por alguna variante asiática. Es un reto para que el que estamos moral e intelectualmente desarmados y que cabe que no sepamos superar. Si es así, entraremos en otra fase de la civilización, más primitiva, que el miedo contribuye a aceptar. A día de hoy parecería que nuestra sociedad ha adoptado la actitud del avestruz: no darse por enterada del peligro que la acecha.

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