Análisis:EL ACENTO

Una limosna por la I+D

Tanto están cambiando las cosas que las antiguas cuestaciones por los pobres que los niños hacían hucha en mano tienen ahora unos destinatarios insólitos. Ahora, además de socorrer a bebés hambrientos hay que echar un cable a los científicos. El expresidente de la Generalitat de Valencia, Francisco Camps, se sienta en el banquillo mientras su envenenado legado se desmorona a su alrededor en forma de amenazas de impago, recortes financieros y subidas de impuestos. De sus buenos tiempos data el magnífico Centro de Investigación Príncipe Felipe, inaugurado a bombo y platillo en marzo de 2005. Sit...

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Tanto están cambiando las cosas que las antiguas cuestaciones por los pobres que los niños hacían hucha en mano tienen ahora unos destinatarios insólitos. Ahora, además de socorrer a bebés hambrientos hay que echar un cable a los científicos. El expresidente de la Generalitat de Valencia, Francisco Camps, se sienta en el banquillo mientras su envenenado legado se desmorona a su alrededor en forma de amenazas de impago, recortes financieros y subidas de impuestos. De sus buenos tiempos data el magnífico Centro de Investigación Príncipe Felipe, inaugurado a bombo y platillo en marzo de 2005. Situado junto a la Ciudad de las Artes, iba a ser el embrión de un Silicon Valley valenciano dedicado a la investigación biomédica con 350 investigadores a bordo.

El centro, sin embargo, languidece por falta de fondos y quedó herido de muerte en 2011 con laboratorios cerrados y apenas un centenar de empleados.

Entre los que dieron con sus huesos en el paro el año pasado estaba Silvia Sanz, con una investigación en marcha relacionada

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con el tratamiento de la diabetes tipo 1. Es la que padece una adolescente llamada Laura y cuya madre inició una campaña

de recogida de fondos para evitar que Sanz abandone su trabajo. El resultado no se ha hecho esperar: el centro ha recuperado a Silvia Sanz para que siga su labor y, de paso, ha inaugurado un sistema más que probado en otros lugares, pero poco utilizado en España: la aportación de fondos privados para favorecer la investigación tecnológica, clave, según todos los expertos, para que la economía crezca en el futuro.

Pero el dato más sorprendente de esta historia es la escueta cantidad de dinero recaudada por la madre de Paula, Cristina Ponce: 7.700 euros. Con tan humilde cifra se ha logrado que Sanz regrese a su laboratorio y su labor está garantizada hasta mayo. Así que una de dos: o los investigadores como Silvia Sanz cobran ya salarios mínimos o el centro ha hecho malabares para sumar otros fondos. Por si acaso, Cristina Ponce quiere seguir pasando la hucha y organizando meriendas solidarias para que la I+D no muera de inanición.

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