Sosiego asturiano

Hay hoteles que son como casas y casas como hoteles. Se abren ambas posibilidades ante nuestros ojos cuando miramos por encima de la hamaca que da vida y sosiego a la pomarada asturiana de Carmen Álvarez, en las inmediaciones de San Esteban de Pravia, entre la ría del Nalón y el mar Cantábrico. Un sosiego verde charol a poco que cese el orbayu, una plenitud de campo domesticado con la que Asturias sigue queriendo atraer a los urbanitas ávidos de naturaleza, tradición rural y esplendor gastronómico. Esta empresaria asturiana se inició en el turismo con la transformación de una granja del...

Hay hoteles que son como casas y casas como hoteles. Se abren ambas posibilidades ante nuestros ojos cuando miramos por encima de la hamaca que da vida y sosiego a la pomarada asturiana de Carmen Álvarez, en las inmediaciones de San Esteban de Pravia, entre la ría del Nalón y el mar Cantábrico. Un sosiego verde charol a poco que cese el orbayu, una plenitud de campo domesticado con la que Asturias sigue queriendo atraer a los urbanitas ávidos de naturaleza, tradición rural y esplendor gastronómico. Esta empresaria asturiana se inició en el turismo con la transformación de una granja del siglo XIX, conocida por la morada de Ángel de Xuanín, en una casa de aldea con la típica galería de madera, los basamentos de mampuesto y una doble arcada porticada y cubierta de tejas a dos aguas. Hasta ahí, la imagen transmite el regusto antañón que cualquiera esperaría en una propuesta de turismo rural por la cornisa cantábrica. En su interior han sido habilitados tres apartamentos ideales para refugiarse con la familia o los amigos en temporadas largas.

La otra casa, registrada con categoría de hotel, deja mucho que desear en su propuesta arquitectónica. Seguramente Álvarez no la habría diseñado así una vez metida en faenas de hospedar a sus viajeros predilectos. O, al menos, sopesa hoy otras posibilidades más refinadas, pues es una lástima que estas carencias contrasten tanto con el derroche de generosidad, empatía y exquisitez personal que la dueña de casa despliega en la atención a sus huéspedes.

El edificio, de nueva planta con fachadas melocotón, remeda con bastante vulgaridad las antiguas quintanas y quiere parecerse demasiado a los cientos de hotelitos sin interés que han proliferado en los últimos años por el Principado. Aquí se encajan con un orden cartesiano tres dormitorios insulsos a nivel de jardín y otro con terraza en la primera planta. Las vistas sobre la campa de hierba y los frutales al fondo, no se puede negar, rozan el espectáculo prometido del paraíso natural asturiano.

Para qué fijarse, pues, en los pormenores domésticos del hotel y la casa rural si los mimbres con los que urde la propietaria su cestito de aromas y sensaciones brotan de esa generosidad innata por la hospitalidad que la ha animado a vivir del turismo y hacer de la acogida un estilo de vida.