Columna

Los nuevos salvajes

"Ningún ser humano es ilegal". Parece obvio pero no, puesto que el pasado domingo, coincidiendo con el Día de las Personas Migrantes, centenares de personas sintieron la necesidad de decirlo en voz alta por las calles de Valencia y otras ciudades en una protesta contra los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE).

Malos tiempos cuando hay que luchar por lo obvio. Vuelve el racismo, uno de los viejos males de la achacosa Europa. El asesinato de dos senegaleses en Florencia se suma al incendio de un campamento gitano en Turín, después de que una joven se inventara una violación. Mien...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

"Ningún ser humano es ilegal". Parece obvio pero no, puesto que el pasado domingo, coincidiendo con el Día de las Personas Migrantes, centenares de personas sintieron la necesidad de decirlo en voz alta por las calles de Valencia y otras ciudades en una protesta contra los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE).

Malos tiempos cuando hay que luchar por lo obvio. Vuelve el racismo, uno de los viejos males de la achacosa Europa. El asesinato de dos senegaleses en Florencia se suma al incendio de un campamento gitano en Turín, después de que una joven se inventara una violación. Mientras, Sarkozy endurece las condiciones para que los extracomunitarios puedan estudiar en Francia con el objetivo declarado de luchar contra la inmigración. Una normativa que lanza a pocos meses de las presidenciales porque sabe que es rentable electoralmente y que da la medida del apoyo que puede tener la xenofobia en Francia. Del mismo modo que la "reacción espontánea" contra los gitanos marca la viscosidad del caldo de cultivo racista que se ha ido decantando en Italia durante los últimos años. Cuando hace unos meses Berlusconi y Sarkozy escenificaron una supuesta crisis con el cierre temporal de fronteras a propósito de los refugiados del norte de África, estaban abonando con gasolina la base social del fascismo.

Intentemos alejar un poco el foco. Desde hace unas semanas el museo parisiense del Quai de Branly ofrece una exposición que lleva por título Exhibiciones, la invención del salvaje. Una muestra que traza el singular camino de hombres, mujeres y niños que desde el siglo XV hasta casi la primera mitad del XX fueron arrancados de su tierra para satisfacer la curiosidad de los espectadores occidentales. Esos cinco siglos de exhibición llegan a su punto culmen con las exposiciones universales y coloniales de finales del XIX y principios del XX, que además tuvieron sus antecedentes y su prolongación estable en unos espacios llamados literalmente "jardines de aclimatación".

Los organizadores de la sorprendente exposición explican con muy buen tino que la muestra es también un espejo que nos llega hasta hoy para cuestionar, más que nunca, nuestra mirada sobre el otro. En ese espejo es imposible no ver los dichosos CIE, unos lamentables establecimientos de carácter no penitenciario donde se retiene de manera cautelar y preventiva a los extranjeros sometidos a expediente de expulsión. ¿Y no son una siniestra réplica de aquellos jardines de aclimatación los exámenes de integración que algunas Administraciones pretenden hacer pasar a los inmigrantes?

Resulta paradójico, pero ahora que Europa ha dejado sin esperanza a toda una generación de jóvenes a la que está a punto de sacrificar y en la que solo los más capaces van a tener la opción de emigrar ¿desde qué supremacía se sostienen sus políticas antiinmigratorias? Ya está bien con el cuento de las raíces. George Steiner lo ha explicado con toda claridad: "Los árboles tienen raíces; yo tengo piernas y, créame, es un progreso inmenso".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En