El barco del arroz
Este producto de ballet contemporáneo, virtual pas de dix de gran exigencia, es posible solamente desde la muy depurada técnica del ballet académico, usada luego a placer y a tenor de los vendavales actuales. Parecerá una obviedad, y no lo es: aquí se estiran muy bien los pies, se gira como debe ser, se salta disfrutando y se pronuncia el arabesque con dinámica y acento potentes. McGregor lo deja claro desde el comienzo ritualizado donde las mujeres, como vestales, visten de negro en corte clásico y portan antorchas. El nivel de los artistas es de suma excelencia y eso clarifica ...
Este producto de ballet contemporáneo, virtual pas de dix de gran exigencia, es posible solamente desde la muy depurada técnica del ballet académico, usada luego a placer y a tenor de los vendavales actuales. Parecerá una obviedad, y no lo es: aquí se estiran muy bien los pies, se gira como debe ser, se salta disfrutando y se pronuncia el arabesque con dinámica y acento potentes. McGregor lo deja claro desde el comienzo ritualizado donde las mujeres, como vestales, visten de negro en corte clásico y portan antorchas. El nivel de los artistas es de suma excelencia y eso clarifica la exposición del material coréutico y las sugerencias deconstructivas que vendrían después. El primer pas de deux resulta una declaración de principios funcionales.
FAR
Coreografía: Wayne McGregor; música: Ben Frost; escenografía: Random Internacional; vestuario: Moritz Junge; luces: Lucy Carter. Teatros del Canal. Hasta el 26 de noviembre.
El salto reactivo, la angulación provocativa, la administración de la inercia y una petulante caracterización simiesca y el quebrado del fraseo apuntalan el prosaísmo, va conduciendo la visual hacia una poética estimulada por la luz y el sonido. Las piernas desnudas permiten desmenuzar las evoluciones, el vaciado del sistema dinámico donde se provoca un bucle de ilusionista: las escenas se enlazan con liquidez.
La escenografía es un recurrente panel móvil que remeda a la letra y con los medios tecnológicos actuales los cuadros cinético-luminiscentes de Julio Le Parc, llevando el espacio a una derivada y oscura oquedad, de fantasía fría.
Sin embargo, con matices, hay una peligrosa sensación igualatoria (algún entusiasta a la moda diría global) en todos los coreógrafos actuales que destacan por su talento, sean de donde sean, como si diferenciarse fuera un factor excluyente y no lo contrario. El sabor plástico es a la vez distante y helador, rozando lo impersonal, perpetuando el concepto de aleatoriedad sobre el reglado y que resulta, sobre todo, desorientación.