Crítica:cine

Berlanga en Rumanía

"¡Recuerda que millones de rumanos te van a ver y podrán comprobar que los sueños pueden cumplirse, que también les puede pasar!", proclama, durante el rodaje de un anuncio, un jerifalte de una marca de refrescos mientras reclama una sonrisa sincera a su interlocutora, una adolescente fea, sosa, egoísta e incapaz, a la que le ha tocado un coche en un concurso de la compañía. Estamos en la enésima toma. ¿El sueño o la pesadilla rumana? Según se mire. Porque se puede ser feliz y desgraciado a un tiempo; y no solo una persona, también un país. Nos lo llevan diciendo desde hace unos años las pelíc...

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"¡Recuerda que millones de rumanos te van a ver y podrán comprobar que los sueños pueden cumplirse, que también les puede pasar!", proclama, durante el rodaje de un anuncio, un jerifalte de una marca de refrescos mientras reclama una sonrisa sincera a su interlocutora, una adolescente fea, sosa, egoísta e incapaz, a la que le ha tocado un coche en un concurso de la compañía. Estamos en la enésima toma. ¿El sueño o la pesadilla rumana? Según se mire. Porque se puede ser feliz y desgraciado a un tiempo; y no solo una persona, también un país. Nos lo llevan diciendo desde hace unos años las películas del Nuevo Cine Rumano. La última: La chica más feliz del mundo, debut de Radu Jude, otra historia entre el drama y la comedia de raigambre nigérrima parecida a la del humor español de aquellas películas que escaparon de la censura franquista.

LA CHICA MÁS FELIZ DEL MUNDO

Dirección: Radu Jude. Intérpretes: Andreea Bosneag, Violeta Haret, Vasile Muraru. Género: comedia dramática. Rumanía, 2009. Duración: 90 minutos.

Con una única situación (la filmación del anuncio), sonido directo, ruido de calle, planos fijos y sin banda sonora, Jude muestra una amplia gama de sensibilidades a través de una escalera de sometimiento en la que el de arriba siempre denigra al de más abajo. Con un recorte de aquí y de allá en sus alargadas situaciones y una mayor movilidad de la cámara, la película hubiese sido casi redonda, aunque siempre quedará su humor salvaje, su sorna descarnada. Como ese momento en el que, tras decenas de tomas, el representante del refresco, su ayudante y el director del anuncio, se reúnen en corro, susurran unos segundos y al final el realizador llama a la maquilladora a voz en cuello: "¡Gabi, pero si esta chica tiene bigote!". Puro Berlanga.

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