Crítica:TEATRO | MÜNCHHAUSEN

En cada familia, un secreto

El año pasado llamamos la atención sobre el estreno, en la pequeña sala La Espada de Madera, de Torvaldo furioso, ópera prima donde Lucía Vilanova cartografiaba con humor un mapa de relaciones sentimentales postizas entre un cirujano plástico y su esposa. Con Münchhausen, producción del Centro Dramático Nacional, Vilanova se reafirma como una autora con universo propio, mirada afilada y habilidad para tirar del hilo de Ariadna de los enredos afectivos.

En apariencia, el tema de esta comedia poética y descarnada es la mentira consciente que desencadena un engaño generalizad...

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El año pasado llamamos la atención sobre el estreno, en la pequeña sala La Espada de Madera, de Torvaldo furioso, ópera prima donde Lucía Vilanova cartografiaba con humor un mapa de relaciones sentimentales postizas entre un cirujano plástico y su esposa. Con Münchhausen, producción del Centro Dramático Nacional, Vilanova se reafirma como una autora con universo propio, mirada afilada y habilidad para tirar del hilo de Ariadna de los enredos afectivos.

En apariencia, el tema de esta comedia poética y descarnada es la mentira consciente que desencadena un engaño generalizado, pero el asunto profundo son las relaciones familiares viciadas. Su título se refiere al "síndrome de Münchhausen por poderes", trastorno psicológico adulto cuyas consecuencias las paga siempre uno de los hijos: es una forma de maltrato, y de obtener una ventaja en esa partida de dados trucados en que a menudo se convierten las relaciones conyugales. Nik, su protagonista, que en la primera escena es un bebé y en la última tiene siete años, brujulea perdido, más enfermo cada día, sobreprotegido por su madre, dejado de lado por su padre y despreciado por su hermana.

MÜNCHHAUSEN

Autora: Lucía Vilanova. Intérpretes: David Castillo, Carmen Conesa, Adolfo Fernández, Teresa Lozano... Dirección: Salva Bolta. Teatro Valle-Inclán, sala Nieva.

Hasta el 23 de diciembre.

No hay mucho teatro sobre la infancia. Vilanova tiene la valentía de abordar el tema de los vínculos patológicos a través de los ojos de un niño, aunque utilice la mirada materna como introductora y contrapunto narrativo. La mágica puesta en escena de Salva Bolta acentúa las ensoñaciones del texto, las alucinadas apariciones del hermano gemelo muerto después del parto: es un acierto con reminiscencias psicoanalíticas que él y Paco Azorín, escenógrafo, coloquen en la boca del escenario un diafragma que alumbra u oculta parte del panorama según se dilata o contrae.

Vilanova domina la situación dramática y gasta un lenguaje preciso, acomodado a cada personaje (en el habla de la abuela hay ecos de criaturas de Nieva y de Gómez Arcos, y un guiño a las de Romero Esteo). La primera mitad de la función resulta hipnótica. Luego hay tres escenas donde se toca suelo costumbrista, y un momento escrito con aliento operístico que, resuelto a la rusa, con exaltación medida, tendría un vigor que no se alcanza aquí. En general, Münchhausen alcanza su tono justo cuando están en escena Carmen Conesa, Adolfo Fernández y Teresa Lozano, y en los cara a cara de los hermanos gemelos. La autora precipita el desenlace con un juego de roles liberador, en el que cada cual dice lo que calla el otro: llegada la anagnórisis por sorpresa, en la puesta en escena falta un acento, un punto redondo que no deje lugar a dudas de que esa réplica está dicha fuera del juego.

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