Crítica:CANCIÓN | Pedro Guerra

El oficio y la emoción

Dicen los genetistas más ilustrados, con la apabullante sabiduría de cuanto nos desconcierta, que el genoma de un vulgar chimpancé coincide en un 98 por ciento con el del ser humano. Dicho de otro modo: nuestra capacidad de amar, sufrir y devanarnos los sesos hasta la corrosión proviene de ese exiguo dos por ciento de ADN restante. Esta revelación inquietante le ha servido como argumento a Pedro Guerra para imbricar el cancionero de su esperado nuevo disco, El mono espabilado, alusión a ese ínfimo matiz que nos diferencia de nuestros primos (o primates) hermanos. Y la plana mayor de la ...

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Dicen los genetistas más ilustrados, con la apabullante sabiduría de cuanto nos desconcierta, que el genoma de un vulgar chimpancé coincide en un 98 por ciento con el del ser humano. Dicho de otro modo: nuestra capacidad de amar, sufrir y devanarnos los sesos hasta la corrosión proviene de ese exiguo dos por ciento de ADN restante. Esta revelación inquietante le ha servido como argumento a Pedro Guerra para imbricar el cancionero de su esperado nuevo disco, El mono espabilado, alusión a ese ínfimo matiz que nos diferencia de nuestros primos (o primates) hermanos. Y la plana mayor de la canción de autor española con mayúsculas, desde Luis Pastor a Suburbano o el gran Pablo Guerrero, le respaldó anoche en el Teatro Coliseum, aunque no fueron pocas las butacas sin ocupante.

Hay pocos destellos refulgentes en las canciones del disco presentado anoche

Ha insistido estos días el tinerfeño en que su nueva obra es la primera concebida desde la independencia, con sello discográfico propio y sin padrinazgo de multinacional. Pero este discurso, acaso una pizca victimista, se refiere a una cuestión industrial y de consumo interno que al público le traerá sin cuidado. En realidad, los seguidores de Guerra esperaban con anhelo esta nueva entrega porque sus dos publicaciones anteriores, consagradas a la recreación de material ajeno, ni fueron comprendidas ni interesaron a casi nadie. Pero El mono espabilado no logró ayer erigirse en el revulsivo que esperaban, seguramente porque la irregularidad de sus contenidos dejó a parte de la platea con ese mismo frío en los tuétanos que se había traído de la calle.

Aparece otra pieza de inspiración científica en el nuevo repertorio, un apreciable y luminoso medio tiempo (La que camina) sobre aquellos simpáticos australopitecos que nos antecedieron cuatro millones de años atrás. Guerra aprovechó para hilvanar el discurso más socarrón de la velada, aquel sobre cómo la evolución de la especie, que parecía tan alentadora, ha experimentado un brusco frenazo con Belén Esteban. La ocurrencia mereció unas buenas risas, pero deja un par de dudas en el aire: si el monstruo catódico no lo habremos creado un poquito entre todos y si los hallazgos temáticos del canario son suficientes para disimular sus actuales carencias melódicas.

Porque hay pocos destellos refulgentes en estas canciones ayer desveladas; escasos motivos para el asombro, ningún estribillo que se prenda en la memoria o hallazgo poético para susurrarle al oído a quien pudiera merecérselo. La maestra ha adquirido cierta notoriedad por contraste con la pérfida Lucía Figar, pero no por sus anodinas hechuras. La instrumentación es plana y lineal; los tempos, redundantes; los recursos poéticos, predecibles (esas esdrújulas de Gente tóxica).

A Guerra le sobra oficio, pero se le notó extrañamente escaso de emoción. Y solo la colaboración de Miguel Poveda (Mi locura) y la elocuente Nunca más estar triste, en el último aliento del recital, parecieron sacudirnos la melancolía.

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Pedro Guerra anoche en el Coliseum, donde presentó su último disco, El mono espabilado.LUIS SEVILLANO

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