Crítica:ROCK | The Mission

Góticos de cumpleaños

Ah, sí, The Mission. ¿Pero seguían en activo? Es la pregunta más recurrente en torno a este cuarteto de Leeds que conoció sus 15 minutos de gloria a finales de los ochenta y ahora protagoniza una más de sus intermitentes resurrecciones, esta vez con la excusa de sus 25 años. Así lo atestigua ese orgulloso XXV que presidía anoche la Sala Heineken en la irrupción de la banda, antecedida por la pomposa marcha de la película Misión de valientes. Tras el preludio orquestal, las primeras sacudidas de la batería producen la misma sensación que una botella descorchada tras mucho agitarla.
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Ah, sí, The Mission. ¿Pero seguían en activo? Es la pregunta más recurrente en torno a este cuarteto de Leeds que conoció sus 15 minutos de gloria a finales de los ochenta y ahora protagoniza una más de sus intermitentes resurrecciones, esta vez con la excusa de sus 25 años. Así lo atestigua ese orgulloso XXV que presidía anoche la Sala Heineken en la irrupción de la banda, antecedida por la pomposa marcha de la película Misión de valientes. Tras el preludio orquestal, las primeras sacudidas de la batería producen la misma sensación que una botella descorchada tras mucho agitarla.

The Mission tiran, en efecto, del manual de los más clásicos recursos rockeros; incluso a veces abusan de él. Como cuando Wayne Hussey insiste en preguntar cómo va el partido del Real Madrid o, aún peor, recurre a la comparativa más burda: "Anoche actuamos en Barcelona ante una audiencia agradable, pero vosotros sois mejores. Que los follen". El líder peina ahora no pocas canas, oculta el rostro tras las consabidas gafas de sol y se ahorra algún que otro esfuerzo dejando que el gallinero coree los estribillos, pero mantiene la buena forma vocal. También en su menos trillado registro grave, al que saca partido en Stay with me.

Desde el principio (Beyond the pale, Hands across the ocean), los apóstoles del rock gótico tienden a la esdrújula: dramáticos, bombásticos, hiperbólicos. Les gustaría sonar a los Yes del disco 90125, y no digamos ya a Led Zeppelin, pero casi nunca pasan de la insulsa convención, del estribillo elemental. Solo desde la nostalgia se puede ser indulgente con algún éxito añejo como Severina. El público (unos 500 espectadores) saludó con un enjambre de brazos al cielo el arreón final, con Wasteland y Deliverance, pero resultó desolador comprobar en los bises cómo Hussey logra que hasta Like a hurricane, de Neil Young, suene horrorosamente intrascendente.

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