Columna

¿Cuándo se jodió?

Uno de los grandes misterios de la Galicia contemporánea ha sido la unanimidad que rodeó durante décadas las figuras de Julio Gayoso y José Luís Méndez, ahora ya unidos para la posteridad como Laurel y Hardy. Nadie dudó nunca de su derecho a gestionar, con autoridad ilimitada, las cajas de ahorro que han llevado a la ruína. Sería inútil encontrar en las hemerotecas la menor referencia crítica a quienes eran tenidos por prohombres intachables. En ninguno de los periódicos del país -absolutamente en ninguno- se encontró jamás ni la menor sombra de acento crítico a ninguna de sus palabras o actit...

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Uno de los grandes misterios de la Galicia contemporánea ha sido la unanimidad que rodeó durante décadas las figuras de Julio Gayoso y José Luís Méndez, ahora ya unidos para la posteridad como Laurel y Hardy. Nadie dudó nunca de su derecho a gestionar, con autoridad ilimitada, las cajas de ahorro que han llevado a la ruína. Sería inútil encontrar en las hemerotecas la menor referencia crítica a quienes eran tenidos por prohombres intachables. En ninguno de los periódicos del país -absolutamente en ninguno- se encontró jamás ni la menor sombra de acento crítico a ninguna de sus palabras o actitudes. Por supuesto, nadie en los tres partidos puso en cuestión su liderazgo. No se sabe que los economistas discutieran jamás ninguna de sus decisiones. En la llamada sociedad civil, incluídos profesionales e intelectuales, fuese por ignorancia o complacencia, no se escuchó ninguna voz disidente acerca de su gestión.

El verdadero escándalo reside en haber dejado hacer, durante décadas, sin el menor gesto de crítica

Sin embargo, durante largas décadas han sido los hombres con más poder en el país. No hubo asunto de los llamados estratégicos para Galicia en los que ellos no tuviesen participación decisiva. Desde la celulosa de Pontevedra hasta la Autopista A-9, desde el puerto exterior de A Coruña hasta, por supuesto, un montón de decisiones sobre asuntos más o menos urbanísticos, los dos fueron piezas fundamentales en todos los equilibrios del poder en nuestro país. Ahora están sometidos al ludibrio público, por informaciones aparecidas en la primera plana de este periódico que han obligado a La Voz y al Faro a contar algo que habrían preferido callar, y que durante 40 o 50 largos años sólo tuvo el olor del incienso.

No es posible contar la historia económica y social de la Galicia contemporánea sin tomar en consideración su papel decisivo. El día en que alguien esté interesado en describir, a toro pasado, el papel de las elites y en elaborar lo que fue su cartografía hasta el día de hoy tendrá que describir cómo llegó Julio Gayoso, de la mano de Portanet, el alcalde franquista de Vigo, a lo que después fue Caixanova. También se verá en la obligación de separar el grano y la paja y tendrá que desentrañar si, como afirman los hagiógrafos, se empeñó en darle base financiera a una ciudad de base industrial o más bien tejió una red clientelar en torno a los ahorros locales.

Tampoco nadie podrá ignorar que José Luís Méndez fue arista central del grupo de presión coruñés. Ese núcleo en el que convergían el disque alcalde socialista Francisco Vázquez, el editor de La Voz de Galicia, Santiago Rey, y él mismo, con otros adláteres menores y circunstanciales. Su mesa camilla fue la verdadera protagonista de muchas de las grandes decisiones tomadas en el país en las últimas décadas, hasta el punto en que se podría describir el largo período de Fraga como un acuerdo entre este grupo y el que fue presidente de la Xunta. Seguir la pista de sus negocios sería una investigación novelesca sabrosísima para el historiador futuro, empeñado en describir, para decirlo al modo de Vargas Llosa, cómo y cuándo se jodió Galicia.

Ahora bien, ese hermeneuta ha de meterse en la cabeza que Galicia es un país pequeño y entreverado, en el que es muy fácil, para cierta gente, resguardarse de la menor referencia intempestiva. Además, existe cierta responsabilidad colectiva en la ceguera selectiva que nos caracteriza y es bastante claro que la obsequiosidad con quien manda es, entre nosotros, casi una especialidad. Ningún mandarín sería tan refinado en ese arte como muchos de nuestros conciudadanos. De hecho, la discrecionalidad y la autonomía de que gozaron fue un caso raro en el sistema financiero español. En nuestras caixas la política dejó hacer o pactó. Jamás se impuso a sus gestores, por más que, teóricamente, fuesen meros encargados de negocios.

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En realidad, las reacciones de escándalo a las abusivas indemnizaciones que los otrora directivos de NovaCaixaGalicia se han regalado a sí mismos no dejan de llevar cierto regusto hipócrita. Por supuesto que el escándalo es monumental y que clama al cielo el endosarse a sí mismos tales estipendios justo la misma gente que dejó la caja quebrada. Pero es indecente ese gesto de monjas ursulinas en gente que parece haberse enterado hoy por la mañana de ciertas cosas. Y uno no puede dejar de pensar que el verdadero escándalo reside en haber dejado hacer, durante décadas, sin hacer el menor gesto de crítica o de examen ponderado del bonapartismo que caracterizó a ambos directivos.

La tormenta que vive hoy el capitalismo se ha llevado por delante a las dos caixas. Los círculos de influencia que los dos disponían son hoy más débiles. Una vez más, el capitalismo demuestra que es una fuerza revolucionaria, que subvierte todas las estructuras sociales. Nuevas elites tomarán el relevo de las que hoy dejan la escena. ¿Se repetirá la historia?

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