Crítica:

La sobria elegancia de Antonio González

La de Antonio González (Barcelona, 1926- Madrid, 1999) es una biografía bien peculiar: en un ambiente tan patriarcal como el gitano, optó por vivir en un segundo plano, dejando que todo el protagonismo fuera para su esposa, Lola Flores; consciente de la fuerza sobrenatural de ella, un huracán. Así, aunque durante las décadas de los sesenta y setenta sus nombres figuraron juntos en muchos discos, y él mismo grabó de forma irregular, con los años, fue haciendo mutis por el foro, dejando que el brillo de su estrella se fuera desvaneciendo.

Educado en la guitarra flamenca, al flamenco se de...

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La de Antonio González (Barcelona, 1926- Madrid, 1999) es una biografía bien peculiar: en un ambiente tan patriarcal como el gitano, optó por vivir en un segundo plano, dejando que todo el protagonismo fuera para su esposa, Lola Flores; consciente de la fuerza sobrenatural de ella, un huracán. Así, aunque durante las décadas de los sesenta y setenta sus nombres figuraron juntos en muchos discos, y él mismo grabó de forma irregular, con los años, fue haciendo mutis por el foro, dejando que el brillo de su estrella se fuera desvaneciendo.

Educado en la guitarra flamenca, al flamenco se dedicó González -conocido popularmente como Pescaílla, aunque nunca empleó el apodo como nombre artístico y, además, prefería que le llamaran Pescadilla- durante los años cincuenta, acompañando a cantaores tanto en locales de Barcelona como en disco (grabó, por ejemplo, con Rafael Farina), pero tras la popularidad que le granjeó en 1957 su unión con Lola Flores, y tras iniciales registros como su guitarrista, en 1964 (¡a los 38 años!) arrancó su carrera solista en el sello, especializado en flamenco y canción española, Belter. En aquellos iniciales epés de cuatro temas se presentó como un personalísimo rumbero aflamencado, con unas maneras vocales prodigiosas, en absoluto canónicas. Antonio González tenía, simplemente, eso tan especial que es la capacidad de transmitir, de conmover al oyente. Lo mismo podía arrimarse, con su singular voz y con una gracia inconmensurable, a los temas más desenfadados como lograba hacer de las canciones tristes un monumento de emoción, todo ello con una elegancia natural y unas maneras de crooner rumbero que ni la fritura de los viejos vinilos logra ensombrecer.

Sin embargo, Antonio González, hombre de imagen sobria, no logró el éxito en solitario -incluso su segunda entrega discográfica fue un trabajo enteramente instrumental y orientado al flamenco-, su discografía se espació en el tiempo y resultó escasa, hasta que en 1978 se retiró registrando un último single, para el sello CBS. Ahora, cuando aquellos discos pequeños y el único elepé recopilatorio que lanzó Belter son piezas de las conocidas como "difíciles" por los coleccionistas y cotizados objetos de deseo en el mercado de la segunda mano, la edición del disco (en cedé y vinilo) Tiritando vuelve a enfocar, con dignidad y buena presentación (diseño de Víctor Coyote Aparicio), una obra deslumbrante y embriagadora, que nos muestra a un artista soberbio e intuitivo. La pena es que, dado lo poco que grabó, ya se podía haber recogido en un solo álbum, aunque fuera doble, toda su discografía. A cambio, esta afortunada selección (con vocación internacional), incluye algunos de los dúos que grabó junto a Lola Flores -ella cierra el álbum, con un tema pop. Su discografía, por cierto, pide a gritos ser rescatada-; esos en los que González desparramaba más de lo habitual, como en los gloriosos Muchacho barrigón y Que me coma el tigre. Y, junto a ellos, temas majestuosos que González versionaba a su manera (no era compositor) con una distinción y entrega pavorosas: escuchar sus lecturas de Extraños en la noche, Chica de Ipanema o Si yo pudiera detener el tiempo, es experiencia adictiva.

Tiritando está editado por Vampisoul.

Antonio González (Barcelona, 1926-Madrid, 1999).EFE

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