Cartas al director

Puntualización de Martínez Sarrión

Escribo a propósito de la crítica aparecida en Babelia el 1 de octubre pasado en que Benjamín Prado, con sagacidad, se ocupaba del excelente diario póstumo del poeta José Ángel Valente, recientemente publicado. Prado señala, con nombres propios, las discutibles fobias del escritor orensano en ese dietario y otros escritos en verso y prosa. Se deja fuera, precisamente, en el diario la referencia a un insulto directo, que me concierne. El pequeño texto dice así: "7 de diciembre de 1991. Retener el nombre de estas dos personas -Ramos Gascón y Martínez Sarrión- que no recuerdo haber conocid...

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Escribo a propósito de la crítica aparecida en Babelia el 1 de octubre pasado en que Benjamín Prado, con sagacidad, se ocupaba del excelente diario póstumo del poeta José Ángel Valente, recientemente publicado. Prado señala, con nombres propios, las discutibles fobias del escritor orensano en ese dietario y otros escritos en verso y prosa. Se deja fuera, precisamente, en el diario la referencia a un insulto directo, que me concierne. El pequeño texto dice así: "7 de diciembre de 1991. Retener el nombre de estas dos personas -Ramos Gascón y Martínez Sarrión- que no recuerdo haber conocido, como símbolo de la estupidez".

Mis relaciones epistolares y personales con Valente, escasas, fueron correctas, y en alguna ocasión no solo cordiales, sino confidenciales. Ocurrió que, finalizando 1991, debió caer en sus manos un libro colectivo, en dos volúmenes, España, hoy, el segundo dedicado a un sucinto chequeo de nuestra cultura, en aquellas fechas. Consentí en que, para el apartado de poesía, se utilizase como base un trabajo sobre el mismo asunto e igual extensión, que había salido, meses antes, en Una cultura portátil (editorial Temas de Hoy). El profesor Ramos Gascón, que firmaría conmigo el texto, incorporó algún nombre que yo había dejado fuera y suprimió otros. Entre ellos, la mención y un par de líneas -elogiosas- que yo dedicara a Valente. La rabieta vanidosa y pueril del eludido, sobre estar nombrado o no en un censo sin pretensión ni posibilidad de sentar doctrina, originó el infantil berrinche y la coz subsiguiente. Es lastimoso que hombres de tal valía intelectual y artística caigan en tamaños despropósitos.

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