Crítica:POP | Peter Murphy

Negro es el color

Los artistas de culto venden poco, pero seducen una barbaridad. Más en estos tiempos de audiencias fragmentarias, donde apenas surgen ídolos de masas pero sí muchos públicos específicos. Peter Murphy conoció sus mejores días a principios de los ochenta, al frente de Bauhaus, y con algún éxito aislado en su trayectoria solista. Sin embargo, a sus 54 años aún es capaz de propiciar una abrumadora prevalencia del color negro en las camisetas de los, pongamos, 200 espectadores más próximos al escenario. Y no todos eran aguerridos supervivientes de su generación; imposible no reparar en ese veinteañ...

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Los artistas de culto venden poco, pero seducen una barbaridad. Más en estos tiempos de audiencias fragmentarias, donde apenas surgen ídolos de masas pero sí muchos públicos específicos. Peter Murphy conoció sus mejores días a principios de los ochenta, al frente de Bauhaus, y con algún éxito aislado en su trayectoria solista. Sin embargo, a sus 54 años aún es capaz de propiciar una abrumadora prevalencia del color negro en las camisetas de los, pongamos, 200 espectadores más próximos al escenario. Y no todos eran aguerridos supervivientes de su generación; imposible no reparar en ese veinteañero de flequillo morenísimo, chupa de cuero y uñas (adivinaron bien) radicalmente oscuras que enloquecía justo enfrente de su ídolo, estrujado en la primera fila.

Murphy sigue ejerciendo de sumo sacerdote de las huestes góticas, así que se aplica en su apostolado desde el principio. También él viste de negro riguroso: pantalones prietos, americana, botines. Habla con los acólitos y se deja sobetear; gira como una peonza, mira al cielo y desorbita la mirada; camina sobre un mismo punto y se encoge como un pájaro malherido. Se notan las muchas horas de vuelo. Sabe engatusar al público e incluso presume de vientre plano. Cielos, igual ha llegado el momento de abrazar la cultura vegana.

Solo lamentamos que su seductora voz profunda resulte, por momentos, indescifrable. La sala Heineken parece empeñada en disputar a La Riviera la primacía no solo en incomodidad, sino también en sonido embarullado. Murphy desgranó estupendos temas recientes (Seesaw sway), incursiones en los Bauhaus de 1982 o alguno de esos himnos graves (Subway) que le alejan del post-punk y aproximan a David Sylvian o Brendan Perry. Para el final dejó All night long y Cuts you up, recibidos con alborozo. Y muchos brazos en alto de manga negra.

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