Reportaje:

Las chabolas de la marquesa

El último poblado de Tarragona ocupa un terreno de una noble, que tolera que ocho familias vivan en la zona

Un pequeño caballo, el Fary, merodea entre montones de basura. Está atado con una cuerda a las puertas de una decena de chabolas en el polígono industrial Entrevies, situado a las afueras de Tarragona. En un radio de 500 metros conviven ocho familias en barracas destartaladas. Está considerado el último poblado chabolista de Tarragona, existe desde hace más de 20 años y en él personas sin recursos e inmigrantes sobreviven entre barracones con todo tipo de animales: burros, cabras, gallinas, perros, gatos y pollos.

"Los animales me hacen compañía, yo no me los como", matiza Paco d...

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Un pequeño caballo, el Fary, merodea entre montones de basura. Está atado con una cuerda a las puertas de una decena de chabolas en el polígono industrial Entrevies, situado a las afueras de Tarragona. En un radio de 500 metros conviven ocho familias en barracas destartaladas. Está considerado el último poblado chabolista de Tarragona, existe desde hace más de 20 años y en él personas sin recursos e inmigrantes sobreviven entre barracones con todo tipo de animales: burros, cabras, gallinas, perros, gatos y pollos.

"Los animales me hacen compañía, yo no me los como", matiza Paco de la Encarnación, un hombre en la cincuentena que vive en la zona desde hace ocho años. Ahora es pensionista, pero antes trabajaba en Cambrils (Baix Camp) de gruista. Sobrevive gracias a lo que encuentra y de vez en cuando sale a pescar. Se provee con agua de dos pozos y para alumbrarse tiene tres motores: "Vivo aquí porque no nos dan la posibilidad de vivir mejor".

Los habitantes conviven con burros y cabras en 500 metros cuadrados

Las barracas están situadas cerca de las vías del tren, hay huertos e incluso una pequeña piscina. Pese a la creencia popular, el solar -cercano a las vías del tren- no es en su totalidad del Ministerio de Fomento y las chabolas están construidas sobre el terreno de un particular. El Ayuntamiento de Tarragona asegura que no pueden intervenir porque la tierra es propiedad privada y nadie ha denunciado nunca la ocupación ilegal. "Adif y el propietario podrían denunciar, pero no lo han hecho", afirma un portavoz del Consistorio. La misteriosa propietaria es, según los habitantes del poblado, una marquesa. "Hace años vino en limusina y nos dijo que podíamos quedarnos si no armábamos alboroto", recuerda De la Encarnación.

En el Ayuntamiento aseguran que en las chabolas nadie está empadronado y que los servicios sociales acuden esporádicamente a comprobar que no haya niños sin escolarizar, ancianos, ni personas disminuidas. Sin embargo, Loli, una sevillana que lleva 11 años viviendo entre las dos vías del polígono tarraconense, sostiene que hace mucho que nadie visita la zona. "Al menos, casi un año", corrobora De la Encarnación. Loli vive con un joven de 38 años de Costa de Marfil, los dos están en paro y no reciben ninguna ayuda. "Nos dijeron que no tenemos derecho a ningún subsidio", dicen.

Las chabolas están realizadas con hierros, madera y todo tipo de materiales. Cada animal tiene su establo y en verano un centenar de personas acuden al poblado para ayudar. "No vivimos aquí pero venimos a ayudar un poco. Estamos en paro y en lugar de estar en casa sin hacer nada, aquí por lo menos hacemos algo", explican dos jóvenes que transportan hierros en una carretilla. "Siempre hay cosas que hacer", corrobora Loli.

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Mientras nadie se lo impida, los habitantes de Entrevies seguirán viviendo entre paredes frágiles y animales. "De vez en cuando pasa una patrulla de la Guardia Urbana y la Renfe dice que a través de las cámaras nos tienen a todos controlados", sostiene De la Encarnación. A pesar de la calma aparente, la intranquilidad reina en el ambiente por el miedo a perder el único techo que tienen la mayoría de los vecinos. De la Encarnación ha ahorrado dinero y con 100 euros se ha comprado una caravana. "Por si nos echan", concluye, mientras mira de reojo su chabola de madera.

Paco, uno de los vecinos, junto a su burro Juanito.JOSEP LLUÍS SELLART

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