Columna

¿Quién falla aquí?

Parece ser que, en cierta ocasión, Nerón tuvo que elegir, de entre dos, cuál era el músico que mejor tocaba la lira; y que, tras oír al primero, optó inmediatamente por el segundo sin que este llegase siquiera a arrancar una nota de su instrumento. Es Tullock, un conocido economista norteamericano, quien en un libro de hace ya varias décadas ilustra con esta historieta cómo a partir de la segunda mitad del pasado siglo y conforme se iban conociendo los fallos del sistema económico del mercado, el sector público fue asumiendo más y más funciones. La realidad es que conforme la ciencia económica...

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Parece ser que, en cierta ocasión, Nerón tuvo que elegir, de entre dos, cuál era el músico que mejor tocaba la lira; y que, tras oír al primero, optó inmediatamente por el segundo sin que este llegase siquiera a arrancar una nota de su instrumento. Es Tullock, un conocido economista norteamericano, quien en un libro de hace ya varias décadas ilustra con esta historieta cómo a partir de la segunda mitad del pasado siglo y conforme se iban conociendo los fallos del sistema económico del mercado, el sector público fue asumiendo más y más funciones. La realidad es que conforme la ciencia económica (y la politología) han avanzado en el conocimiento del funcionamiento del sector público, ya en el último tercio del siglo XX, el artista proclamado campeón, pero aún no auditado a esa escala de intervención, mostró iguales cuando no mayores incapacidades para interpretar la partitura de la buena administración, el uso racional y equitativo de los recursos, y la promoción del crecimiento económico estable y duradero.

Lo que necesita nuestra economía son reformas que restrinjan a gobiernos y a mercados

Los múltiples análisis que demostraban, y demuestran, que los mercados fallaban pero el sector público también, generaron una nueva síntesis académica basada en la necesidad de construir un conjunto de normas que regulasen la economía, tanto la pública como la privada, que optimizase socialmente lo mejor de ambas formas de administración de los recursos económicos, que por económicos siempre son escasos. Este es el origen, y no otro, de la institucionalización de la independencia de los bancos centrales o, en el ámbito europeo, de las normas que regulan la cuantía de los déficits públicos en las economías que se han incorporado a la moneda única.

Viene todo esto a cuento, obviamente, de la actual coyuntura económica, en la que la crítica al funcionamiento de los mercados (a los que se adjetiva, degradando profundamente este término, de "dictadura") ha conseguido reanimar la nostalgia por el intervencionismo económico sin tener en cuenta que buena parte de la situación actual es consecuencia directa de fallos atribuibles al sector público, tanto en el desarrollo y ejecución de las políticas a corto plazo como, en otros casos, de defectos en el diseño institucional. Y la crisis de la deuda soberana es buena muestra de ello. Hay quien critica, sin faltarle algo de razón, que los ajustes en el gasto público que se están realizando en la mayoría de las economías occidentales (y particularmente en las del sur de Europa) están contribuyendo a agravar el estancamiento económico, y en consecuencia defiende el incremento del gasto público como estímulo del crecimiento aunque ello conlleve un mayor déficit. Pero quien sostiene esto, al mismo tiempo, olvida que son precisamente los países que más han incurrido en déficit (Irlanda, Portugal y España) los que arrojan menores tasas de crecimiento y mayores dificultades para obtener recursos en los mercados financieros.

¿Es que las medidas keynesianas simples adoptadas por el Gobierno de Zapatero (y no por los mercados) en los últimos años, desde la deducción general de 400 euros en el impuesto sobre la renta de 2008 y el cheque bebé; pasando por las dos versiones del Plan E, y acabando (de momento) con la sorprendente rebaja fiscal (IVA) de cuatro meses para la compra de viviendas aprobada anteayer, nos han colocado en mejor disposición para salir de la crisis, o posibilitado capearla mejor que Alemania o Francia, mucho más contenidos en su déficit público? Los que critican la reducción del déficit ¿explicitan cuánto más, por encima de lo ingresado, debería el sector público gastar?; ¿o tienen en cuenta que el verdadero problema reside en el déficit estructural, y no en el cíclico? ¿Es razonable superar el 10%, como hizo España en 2010, o hay que llegar al 20%, o quizás al 30%, como Irlanda? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Cuánta deuda transferimos a las generaciones futuras? ¿Hemos olvidado que si pagamos más para endeudarnos es porque los mercados financieros también son mecanismos de control de los gobiernos, porque no están dispuestos a financiar planes E y otras ocurrencias improductivas similares?

Podemos, lógicamente, hacer como Nerón, y seguir pensando que el sector público lo hará siempre mejor que los mercados sin siquiera auditar su comportamiento. Pero también podemos intentar cambiar las cosas, sin olvidar que lo que verdaderamente necesita nuestra economía son reformas institucionales que restrinjan tanto a gobiernos como a mercados. Para evitar el gran incendio.

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