Columna

La huida

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El instinto de fuga está inscrito en lo más profundo del cerebro humano, de hecho, esta pulsión es la que marca el inicio de nuestra conciencia. La huida es una acción que suele estar mal vista por quienes tienen un sentido heroico e infantil de la existencia, pero no deja de ser un acto muy audaz cuando se huye detrás de un sueño. Se trata del dilema de Hamlet. Ser o no ser. En este caso, una de dos: afrontar con ánimo alzado estos tiempos de sórdida mediocridad, de miseria moral y política, o soñar, abstenerse, alejarse de esta basura para permanecer incontaminado. A cierta altura de la vida...

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El instinto de fuga está inscrito en lo más profundo del cerebro humano, de hecho, esta pulsión es la que marca el inicio de nuestra conciencia. La huida es una acción que suele estar mal vista por quienes tienen un sentido heroico e infantil de la existencia, pero no deja de ser un acto muy audaz cuando se huye detrás de un sueño. Se trata del dilema de Hamlet. Ser o no ser. En este caso, una de dos: afrontar con ánimo alzado estos tiempos de sórdida mediocridad, de miseria moral y política, o soñar, abstenerse, alejarse de esta basura para permanecer incontaminado. A cierta altura de la vida cada cual puede elegir la forma de huir. En la imaginación de muchos intelectuales desencantados siempre hay una cabaña en el bosque junto al lago donde refugiarse; a los poetas frustrados les queda el sueño de la pequeña huerta de Horacio; algunos héroes cansados regresan al pueblo con la idea de montar un hotel con encanto en la casa de los abuelos; los jóvenes sin futuro siempre tienen una huida hacia adelante. En la cultura moderna fueron los beatniks los primeros que se echaron a andar por los caminos sin un destino determinado, solo a merced de la inspiración de sus botas. Después los hippies iniciaron otro vuelo siguiendo la ruta de las aves migratorias. Dejaron atrás cualquier clase de compromiso político y aunque esta huida parecía un acto de cobardía frente a la guerra de Vietnam, la actitud pasiva de estos jóvenes desertores, equipados con andrajos de soldados vencidos, se convirtió en la estética más corrosiva que acabaría con aquella contienda para transformarse luego en la llamarada del Mayo Francés, que aún ilumina nuestra historia. El dilema de Hamlet sigue vigente desde el inicio de la historia: armarse el pecho con coraza de acero, como Aquiles, para asaltar las murallas de Troya o construirse una barca, como Ulises, y perderse en el mar. El mito se reproduce hoy en las plazas de España donde permanecen sentados unos jóvenes airados detrás de unas pancartas que expresan el sueño de cambiar el mundo. Ser o no ser. Pelear o soñar, votar o abstenerse. En democracia el voto es la única forma de limpiar la basura política. No existen más armas. Nadie sabe adónde puede llevar esta huida hacia delante, que no sea solo al placer de la cólera.

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