Columna

Vivir bien

Para el bienestar de una sociedad hay una serie de variables clave: el nivel medio de ingresos, el salario mínimo, la tasa de paro, la calidad y amplitud de los servicios públicos, pensiones, cobertura del desempleo, rentas de integración social. Esto lo tenemos claro desde hace tiempo. De hecho, forma parte de una cultura política socialdemócrata que el pensamiento liberal en lo económico tuvo que hacer propia a la fuerza si quería ganar elecciones. En España, el proceso arrancó bastante más tarde, aunque rápidamente nos pusimos a ello.

Las cosas están cambiando. Más allá de la crisis ...

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Para el bienestar de una sociedad hay una serie de variables clave: el nivel medio de ingresos, el salario mínimo, la tasa de paro, la calidad y amplitud de los servicios públicos, pensiones, cobertura del desempleo, rentas de integración social. Esto lo tenemos claro desde hace tiempo. De hecho, forma parte de una cultura política socialdemócrata que el pensamiento liberal en lo económico tuvo que hacer propia a la fuerza si quería ganar elecciones. En España, el proceso arrancó bastante más tarde, aunque rápidamente nos pusimos a ello.

Las cosas están cambiando. Más allá de la crisis económica coyuntural, existen varios procesos de fondo que se solapan y combinan para dibujar un futuro distinto. Primero, la globalización. Esta es extraordinariamente positiva para los consumidores y abre enormes oportunidades para las empresas. Pero también genera una presión para que esas variables a las que me refería al principio del artículo se reduzcan o diluyan en países como el nuestro a favor de una fracción pequeña de la población, no solo capitalistas. Porque no hay que olvidar que somos una minoría los ciudadanos del mundo que vivimos en países con Estado del bienestar, en su doble dimensión de servicios públicos y relaciones laborales. La mayoría están sujetos a otras lógicas sociales.

Apostemos por los mejores. En esto sí debemos copiar a los americanos

Un optimista podría plantear que a largo plazo ellos convergerán con nosotros. Que el desarrollo económico trae consigo inevitablemente democracia, igualdad y redes de protección. Pero también es posible que lo que vimos en el siglo XX en Europa y, en menor medida, en Norteamérica (Japón es otro mundo) sea el resultado de una combinación de condiciones que no se repita en otras partes del planeta o en otros momentos históricos; y que sea nuestro modelo el que se adapte a unas nuevas reglas.

A partir de aquí, caben dos tipos de posturas. La primera, es la del laissez-faire. Fieles a la máxima del nunca choveu que non escampara podemos confiar en que el futuro será mejor hagamos lo que hagamos. La alternativa es rearmar discurso, redefinir políticas públicas y canalizar esfuerzos para que nuestro (el español y gallego) Estado del bienestar o incluso uno más avanzado sea económicamente viable. Y en esa tarea deberían ser líderes los partidos políticos situados en la izquierda ideológica.

Existen muchas pruebas de la falta de un programa global y potente. Pero sin duda la mejor es lo que ha ocurrido con el sistema fiscal en la última década. Ya he tratado este asunto en más de una ocasión en las páginas de este diario, así que me limitaré a decir que el camino por el que vamos no es el único posible, aunque sí es el más apropiado para poner en riesgo suficiencia de recursos y equidad en la carga fiscal.

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En todo caso, las tareas pendientes son muchas: definición y aplicación estricta de códigos éticos para partidos y cargos electos; dignificación de la actividad política; apuesta por la cultura de la solidaridad con responsabilidad: disfrutar del apoyo colectivo no puede ser a cambio de nada; impulso a las actitudes cívicas, empezando por la moral fiscal...

Pero todo lo anterior no es suficiente si no avanzamos en nuestro propio tejido productivo. Para vivir bien colectivamente debemos aprovecharnos de las ventajas de la globalización y especializarnos en las cosas que podemos hacer bien y vender caro en esos mercados globales. Llegaría con que un porcentaje significativo de personas se ocupen en esos sectores y empresas. El resto se ocuparía de las cosas que no se intercambian en esos mercados globales (buena parte de los servicios privados, los servicios públicos, la construcción en buena medida). Por eso precisamos de apuestas muy focalizadas en las que prime el capital humano, la innovación y los recursos más valiosos que tenemos en Galicia (el mar, el viento, la posición geoestratégica cuando se nos mira desde el océano...).

Apuestas en las que hay que ser elitistas, exigentes y asumir riesgos de todo tipo, desde que se cabreen los que no obtienen nada de la tarta, hasta que se movilice verdadero capital-riesgo para que florezcan los emprendedores. Apostemos por los mejores. En esto sí debemos copiar a los americanos. Aunque también es verdad que otra fuente de inspiración son las empresas gallegas que triunfan fuera. Ellas lo tienen claro.

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