Crítica:

La diversión del juzgado

Durante buena parte de la década de los noventa, el thriller judicial con cierto toque político vivió su época de esplendor en la taquilla gracias, sobre todo, a las numerosas adaptaciones cinematográficas de las novelas del muy vendido John Grisham. Incluso las más convencionales, como Tiempo de matar y El cliente, de Joel Schumacher; El jurado, de Gary Fleder; o Cámara sellada, de James Foley, conseguían agarrar al espectador con el entretenimiento como banderín de enganche, y aunque un par de grandes directores (Francis Ford Coppola, con ...

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Durante buena parte de la década de los noventa, el thriller judicial con cierto toque político vivió su época de esplendor en la taquilla gracias, sobre todo, a las numerosas adaptaciones cinematográficas de las novelas del muy vendido John Grisham. Incluso las más convencionales, como Tiempo de matar y El cliente, de Joel Schumacher; El jurado, de Gary Fleder; o Cámara sellada, de James Foley, conseguían agarrar al espectador con el entretenimiento como banderín de enganche, y aunque un par de grandes directores (Francis Ford Coppola, con Legítima defensa; Robert Altman, en Conflicto de intereses) firmaron sendas películas del montón, otro par autores de verdad filmaron las potentes El informe pelícano (Alan J. Pakula) y La tapadera (Sydney Pollack). Michael Connelly no es John Grisham, pero lo parece, al menos en esta notable adaptación de su novela El inocente, con estructura, personajes, giros y esencias semejantes a las de aquellas cintas de los noventa; unos trabajos que, a causa de la sobredosis de series de abogados en las televisiones de medio mundo, comenzaron a declinar en la gran pantalla con el nuevo siglo.

EL INOCENTE

Dirección: Brad Furman. Intérpretes: Matthew McConaughey, Ryan Phillippe, Marisa Tomei, William H. Macy. Género: thriller judicial. Estados Unidos 2011. Duración: 118 minutos.

El inocente no inventa nada. En ella se dan cita desde el posible culpable con cara de pan de Las dos caras de la verdad (1996) hasta el abogado sin escrúpulos con la soberbia como segundo traje de Algunos hombres buenos (1992), pero la graduación de la información siempre es la correcta, los giros de guion contienen la sorpresa necesaria, y los personajes, su punto justo de atractivo malsano y de sensibilidad. En su segundo largometraje (el primero no se estrenó en España), Brad Furman demuestra tanto oficio como carencia de estilo propio (esos minizooms que reencuadran constantemente, típicos de las series, son un hartazgo), sin embargo, aquí lo importante es que el ritmo nunca decaiga, que los flecos sueltos se unan en la madeja del entretenimiento. Y aunque la trascendencia inmersa en su mensaje (los peores clientes para los abogados son los verdaderos inocentes) no adquiera la altura deseada, la película cumple firmemente con sus propósitos.

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