Columna

Papelón

Todos los medios han especulado sobre hasta qué punto están presionados los jueces del Supremo a la hora de fijar su posición sobre las listas electorales de la coalición Bildu. Al mismo tiempo que denunciaban las presiones sociales y políticas que desde todos lados alcanzaban a los jueces, no renunciaban por ello a ejercer su propia presión sobre el tribunal. Así que presionar y denunciar la presión se ha convertido en un ejercicio respiratorio, algo así como denunciar lo mal cuidados que están los jardines públicos por la mañana y pisotear las flores del parque municipal por la tarde.
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Todos los medios han especulado sobre hasta qué punto están presionados los jueces del Supremo a la hora de fijar su posición sobre las listas electorales de la coalición Bildu. Al mismo tiempo que denunciaban las presiones sociales y políticas que desde todos lados alcanzaban a los jueces, no renunciaban por ello a ejercer su propia presión sobre el tribunal. Así que presionar y denunciar la presión se ha convertido en un ejercicio respiratorio, algo así como denunciar lo mal cuidados que están los jardines públicos por la mañana y pisotear las flores del parque municipal por la tarde.

En alguno de los periódicos conservadores se ha llegado a afirmar que permitir la participación en las elecciones del renovado sello abertzale convertiría a nuestra democracia en estúpida. No sé si estúpida, pero la democracia tiene que tener su punto ingenuo. La democracia consiste en acatar las decisiones del árbitro sin dejarse caer en la paranoia, la manía persecutoria o las teorías conspirativas. Porque sin árbitro la democracia puede que no sea estúpida, pero tiene muchas posibilidades de no ser democracia. A su vez al árbitro se le reclama un juicio sobre lo sucedido, no un prejuicio sobre el porvenir.

El jefe del Gobierno vasco, Patxi López, acertó al decir que al Tribunal Supremo le había tocado en suerte un papelón. Pero en nuestro teatro, ese papelón es el que le toca representar y puede que todos los primeros actores sufran la presión al ponerse en la piel del rey Lear, pero pocos a mitad de obra se ponen a hacer de don Hilarión porque les sale mejor. Consuela saber que salga lo que salga el malo es Rubalcaba. Tanto como sorprende admitir de prueba unas conversaciones de Otegui con su esposa sin aplicar al instructor la doctrina Gürtel, que enchirona al juez por cotilla. Ahora mismo la única opción para lograr trabajar sin presión, es perder el trabajo. Y eso solo se le desea a los comandos de ETA, a los que todos, y la cuestión estriba en que seamos todos de verdad, deseamos que se sumen a las listas de paro y nos ayuden a alcanzar la mágica cifra de los cinco millones que tanto deseamos celebrar, según transparenta la euforia ante los datos.

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