Columna

Nós: la derecha nacionalista

Risco y Otero Pedrayo se contaban en su tiempo, para entendernos, entre los pijos de Ourense

No intento ser provocador si afirmo que Vicente Risco y Otero Pedrayo, los dos más grandes intelectuales gallegos de la preguerra, se contaban, para entendernos, entre los pijos del Ourense de su tiempo. Simplemente constato una procedencia social y, si se quiere, una preferencia cultural. En La Centuria, la revista neosófica a través de la cual se expresó Vicente Risco antes de transformarse en teórico del nacionalismo gallego, se puede leer esto: "El arte de creación no se propone otra cosa que el olvido del mundo. Busca los paraísos artificiales. Se quiere dejar atrás el acontecimien...

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No intento ser provocador si afirmo que Vicente Risco y Otero Pedrayo, los dos más grandes intelectuales gallegos de la preguerra, se contaban, para entendernos, entre los pijos del Ourense de su tiempo. Simplemente constato una procedencia social y, si se quiere, una preferencia cultural. En La Centuria, la revista neosófica a través de la cual se expresó Vicente Risco antes de transformarse en teórico del nacionalismo gallego, se puede leer esto: "El arte de creación no se propone otra cosa que el olvido del mundo. Busca los paraísos artificiales. Se quiere dejar atrás el acontecimiento cotidiano, tomar la escoba y volar al sábado". El eco baudeleriano nos recuerda que Risco gastó pose de dandi decadentista, entusiasta de los misterios de la Rosa Cruz de Madame Blavatsky y del esteticismo del A rebours de Des Esseintes.

Ciertamente Risco no tardó demasiado en intentar convertirse en el Xefe Supremo de aquel nuevo movimiento. Por donde apuntaba maneras Risco puede colegirse de una de mis sorpresas de adolescente. En un ejemplar de la Teoría do nacionalismo galego, escrita en los años veinte, y editada en el Buenos Aires de la posguerra, pude leer, no sin frotarme los ojos y mirarme al espejo, que los gallegos somos altos, rubios y de ojos azules -según el ideal ario- aunque la tierra y el sol nos hubiesen ennegrecido. Lo que vi en la imagen me causó algunas dudas.

Ahora bien, no había paradoja en el hecho de que aquellos dos amigos pertenecientes a la buena sociedad ourensana diesen el paso al nacionalismo desde su actitud de gentes de alta cultura que habían de volcar en la revista Nós. El nacionalismo estaba en el ambiente. Eran los años de una atmósfera marcada por Nietzsche en lo intelectual y, en lo político, por la guerra franco-alemana. La influencia de la Action Française de Charles Maurras fue enorme en aquellos afrancesados conservadores -el lector curioso puede leer la detallada biografía de Maurras escrita por Stephane Giocanti (El Acantilado. 2010)-. Por no hablar de la Irlanda de Eamon de Valera o la Polonia de Pilsudsky. O, por supuesto, la Cataluña de Cambó. Ellos no se situaban al margen, sino que estaban en la corriente central de su época.

Eso sí: de la corriente de la cultura de derechas. No hay nada deshonroso en ello, aunque a muchos así se lo parezca por un reflejo casi instintivo. Tal vez hay una gran distancia entre el toque Risco y la devoción que sentía Otero por el Chateaubriand de Las memorias de ultratumba -un emblema de los que aún hoy consideran en Francia que la Revolución de 1789 fue un error- pero cualquiera que los lea, aun de un modo distraído, sabe que eran dos conservadores. Afirmar lo contrario sería una mistificación monumental. Xusto Beramendi, entre otros, lo ha dejado bien establecido en su De Provincia a Nación (Xerais. 2008).

Recuérdese que don Ramón Otero Pedrayo fue el único diputado gallego que, en la República, votó en contra de la separación de Iglesia y Estado. Muy católico era también Antonio Losada Diéguez, su mentor, un profesor de filosofía de origen hidalgo, que bebía en las fuentes del catolicismo social, tan influyente en la Galicia del momento a través de los sindicatos agrarios. En Losada se podía apreciar ese elemento de impugnación del liberalismo y del socialismo característico de la Iglesia del momento. Una impugnación que, en la versión anterior, carlista, había sido hecha, una generación atrás, en nombre de la tradición: la fuente en la que había bebido otro de los ideólogos del galleguismo de derechas, Alfredo Brañas, para proceder a una idealización de la Edad Media, entendida como contramodelo del presente.

La tesis de fondo de la gente de la Generación Nós consistía en la afirmación de que Galicia es un pueblo céltico y atlántico -por oposición a los semitas del sur- que posee una misión. Frente a una civilización decadente, caracterizada por el imperio de la técnica, había que escuchar el llamado de la raza, el impulso a lo infinito que entre nosotros, como también entre los portugueses, nacidos de nuestra primigenie, se denomina Saudade. Pero esa nostalgia de lo infinito convoca a una vuelta a los orígenes, a la autenticidad de lo patrio y lo esencial, por oposición a la artificialidad de la vida moderna.

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Su trasfondo es el de una cierta cultura de derechas de principios de siglo. La ambivalencia del nacionalismo gallego de preguerra era acerca de cómo afrontar la modernidad: si asumiéndola o combatiéndola. La diferencia objetiva entre "derecha" e "izquierda" nacionalista tal vez radique en este punto. Heidegger demuestra que esa cuestión, la de cómo dar una respuesta a la modernidad, bien en el sentido de su rechazo, bien en el de responder a su reto, llevándola a su lógica consecuencia, la del paroxismo de la técnica, era una pregunta que no solo los nacionalistas gallegos se hacían.

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