EL RINCÓN

Aprender a escuchar el silencio

A Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957) y a su marido, el pintor Pedro Perdejo, les costó dos años restaurar el viejo caserón del siglo XVII conocido como "la casa de María la Molinera". En el espectacular valle pasiego y a las faldas de Peña Pelada, se encuentra Rubalcaba. A dos pasos discurre el río Miera, y desde su balcón se divisa le pequeña ermita de la virgen de las Nieves y la cruz de Rubalcaba adosada a los muros de la casa Miera. Este es el nuevo entorno del que a diario disfruta la escritora, cuando no hay niebla, "y aquí es también espectacular, y muy enigmática en la forma en que aparec...

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A Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957) y a su marido, el pintor Pedro Perdejo, les costó dos años restaurar el viejo caserón del siglo XVII conocido como "la casa de María la Molinera". En el espectacular valle pasiego y a las faldas de Peña Pelada, se encuentra Rubalcaba. A dos pasos discurre el río Miera, y desde su balcón se divisa le pequeña ermita de la virgen de las Nieves y la cruz de Rubalcaba adosada a los muros de la casa Miera. Este es el nuevo entorno del que a diario disfruta la escritora, cuando no hay niebla, "y aquí es también espectacular, y muy enigmática en la forma en que aparece". El "también" es un pequeño recuerdo, un guiño a los veinte años que vivió junto al mar en el faro de San Sebastián. "Añoro el mar, sí. Pero es indudable que el cambio de entorno ejerce cierta influencia, como la presencia animal, o la de la montaña que plantea muchos interrogantes, y desde ángulos diferentes". Sin embargo, "el quid de la cuestión de la escritura es la concentración, y cuando estoy escribiendo un libro es algo obsesivo". Gutiérrezse levanta pronto, y tras el desayuno lee, a veces en voz alta, dos poemas, sean clásicos o modernos. Estos días, le toca a Idea Vilariño. "No sigo el boom editorial, y para eso tengo amigos maravillosos que me recomiendan ciertas lecturas". Sorprendentemente y desde la primera planta del caserón, en donde se distribuye el comedor, un piano, y la gran biblioteca con obras de pintura, de muchos poetas como Lorca, Paz, Seferis, o filósofos como Derrida, Deleuze, Bachelard o Montaigne, la escritora ha preferido instalarse en un pequeño rincón, una "celda" casi de monasterio, con poca luz. Es una sencilla habitación con pocas baldas, con más carpetas que libros, y una humilde mesa caballete de trabajo sobre una tarima adosada a un ventanuco que da sobre un muro de piedra. "Tampoco deseaba pasar del faro al geriátrico. Me hacía falta conjurar esos demonios, y como no me gusta situar ninguno de mis libros, así me siento muy cómoda. La pérdida del horizonte es brutal, y la relación con el espacio cambia para escribir. Hay que aprender a escuchar el silencio". A Menchu Gutiérrez le acaban gustando las rutinas, y así no se pierde esos largos paseos por la tarde, saludando a cabras y a algún burro. "Mi horizonte se puebla de otras cosas". Por ello, y después de publicar recientemente La niebla, tres veces y El faro por dentro (ambos en Siruela), trabaja ahora en un libro en el que se le están "colando" los animales, como han tenido presencia en toda su obra el mar, la niebla, o la muerte: "Si la muerte no estuviera acechando, no escribiríamos. Sin la muerte no hay creación".

"Si la muerte no estuviera acechando, no escribiríamos. Sin la muerte no hay creación", sostiene Menchu Gutiérrez.Santos Cirilo

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