Crítica:POP | José González

Una orquesta para el hombre absorto

Si alguien hubiera pronosticado que José González, el cantautor sueco de padres argentinos, llenaría el teatro Lope de Vega con su folk contemplativo, le habrían aplicado la medicación contra el delí-rium trémens. González es un joven solista ensimismado de composiciones estáticas y armonía persistente, como si fabricara pequeños juguetes minimalistas. Canta con voz vulnerable, mira absorto hacia sus manos y parece abrumado por un público que no pestañea durante las interpretaciones y prorrumpe en vítores a cada final. El éxito de este cantor de primoroso toque guitarrístico nos reconcilia con...

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Si alguien hubiera pronosticado que José González, el cantautor sueco de padres argentinos, llenaría el teatro Lope de Vega con su folk contemplativo, le habrían aplicado la medicación contra el delí-rium trémens. González es un joven solista ensimismado de composiciones estáticas y armonía persistente, como si fabricara pequeños juguetes minimalistas. Canta con voz vulnerable, mira absorto hacia sus manos y parece abrumado por un público que no pestañea durante las interpretaciones y prorrumpe en vítores a cada final. El éxito de este cantor de primoroso toque guitarrístico nos reconcilia con estos tiempos de audiencias fragmentarias.

González acredita solo un par de breves álbumes, pero son suficientes para abdicar ante su magnetismo. Hasta ahora sus conciertos eran ejercicios de belleza queda y reconcentrada; desde anoche, respaldado por la orquesta de cámara Göteborg String Theory, procede ponerse serio. La nueva fórmula no es atinada, sino deslumbrante.

Arreglos cautivadores

A partir de Far away, cuando se incorporan sus 20 nuevos compañeros de ceremonia, se retuerce el espinazo en escalofríos. Parece como si Nick Drake y su orquestador de cabecera, Robert Kirby, hubieran regresado a este valle de lágrimas. No sabemos si González llegará a componer algo como Five leaves left, una de las obras más conmovedoras de la especie humana, pero en él recalarán nuestras expectativas.

Sus paisanos de Gotemburgo (aunque con siete berlineses en la alineación) encarnan a esos amantes de la clásica que han sabido despojarse de solemnidades. Más estrafalario aún resulta Nackt, el director de la Theory: media melena, zapatillas y la gesticulación propia de un metrónomo de dibujos animados.

Violines hipnóticos, efectos ambientales, percusión espectral. Los arreglos resultan cautivadores, pero ni siquiera con un respaldo tan profuso incurre González en la tentación del estruendo. Crosses o Cycling trivialities alcanzan dimensiones gloriosas, mientras que el capítulo de versiones incluye hasta Hand on your heart, de ¡Kylie Minogue!

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Desde que Richard Thompson dignificara Oops! I did it again, de Britney Spears, nadie había sido tan osado. Heartbeats, el original de The Knife, sirvió de colofón. José se marchó como acostumbra: perplejo, abrumado por los aplausos. Bendita perplejidad la suya.

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