Columna

No lo olvidemos

El mero hecho de que hoy se siente en el banquillo de los acusados el diputado Ángel Luna, acusado de revelar supuestos secretos de la trama Gürtel, es una aberración democrática que aún se hace más patente con la defensa que Mariano Rajoy hizo ayer de Francisco Camps, imputado en el caso. Kelsen decía que la impunidad es el cáncer del Derecho, defenderla públicamente por quien aspira a ser presidente del Gobierno equivale a pensar que una mayoría del cuerpo electoral, la que le tiene que llevar a él a la Moncloa y mantener a Camps en la Generalitat, está enferma y feliz en su enfermedad. Hast...

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El mero hecho de que hoy se siente en el banquillo de los acusados el diputado Ángel Luna, acusado de revelar supuestos secretos de la trama Gürtel, es una aberración democrática que aún se hace más patente con la defensa que Mariano Rajoy hizo ayer de Francisco Camps, imputado en el caso. Kelsen decía que la impunidad es el cáncer del Derecho, defenderla públicamente por quien aspira a ser presidente del Gobierno equivale a pensar que una mayoría del cuerpo electoral, la que le tiene que llevar a él a la Moncloa y mantener a Camps en la Generalitat, está enferma y feliz en su enfermedad. Hasta dónde puede llegar esa enfermedad y descomponer el cuerpo moral de una sociedad, es algo que hemos visto con creces en la Italia de Berlusconi.

Una Italia que hoy se enfrenta de modo vergonzante al problema de los refugiados del Magreb que han huido de la guerra a la isla de Lampedusa para buscar amparo en Europa. Las declaraciones de los líderes regionales de la derecha italiana negándose a acoger a los refugiados causaría sonrojo, si no fuera porque aquí ya vivimos una disputa similar cuando, en la época álgida de las pateras, unas comunidades autónomas acusaban a otras o al Gobierno central de trasladar sin papeles a su territorio. Y es que el asunto de Lampedusa es un caso que va más allá de la política italiana, porque es un problema de política europea. Obviamente no es a esa pequeña isla a donde huyen los refugiados, ni siquiera a Italia, sino a Europa. A una Europa cuyos Gobiernos miran aliviados para otra parte porque esta vez la patata caliente le ha caído al buffone de Berlusconi, pero que son igualmente responsables. Especialmente patética está siendo la actitud de Sarkozy, restaurando el control de fronteras, saltándose los acuerdos de Schengen para impedir que los emigrantes tunecinos penetren en su territorio. Si la identidad europea son los derechos humanos ¿qué nos queda ahora de Europa?

La imagen de los refugiados en Lampedusa trae inevitablemente a la memoria las fotografías de los republicanos españoles cuando tras pasar la frontera francesa en 1939 fueron encerrados en los campos de internamiento de Argelès-sur-Mer, o Saint Cyprien. Entonces fueron medio millón de refugiados; los llegados a Italia estos días de momento apenas son unos miles, pero la acogida no ha sido mejor. En La agonía de Francia, Manuel Chaves Nogales analiza la capitulación de Francia ante el nazismo y concluye que la causa principal fue "la indiferencia inhumana de las masas". Francia, escribe, no era sólo Francia, "era también el mito de la democracia, de la libertad, de los Derechos del Hombre" y cuando renuncia a ese ideal se suicida, víctima de la miseria espiritual.

Con el título Que la ola de odio no salpique nuestros municipios, Sos Racismo ha lanzado un manifiesto (http://www.sosracismo.es/) en el que advierte sobre la escalada del discurso xenófobo y el peligro de que las elecciones municipales sean utilizadas para exacerbar esos sentimientos contra los emigrantes, así como la necesidad de "levantar un dique ético" frente al odio. Conviene no olvidar la historia.

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