Crítica:DANZA

Intento de decoración

Vuelve a ser actualidad la ya cansina discusión de si el solo de danza contemporánea es una forma artística que está de moda o una recurrencia funcional ante la escasez de medios. Siempre los ha habido (su historia real se retrotrae a Duncan, que a su vez usa referencias clásicas), pero ahora hay sobreabundancia. Es así que unos solos se parecen a otros no literalmente, sino de forma elíptica y casi siempre por sus defectos.

No discuto el talento, en este caso de la intérprete, ni su esfuerzo meditativo ni mucho menos su honestidad artística; da la sensación un tanto desolada de estar h...

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Vuelve a ser actualidad la ya cansina discusión de si el solo de danza contemporánea es una forma artística que está de moda o una recurrencia funcional ante la escasez de medios. Siempre los ha habido (su historia real se retrotrae a Duncan, que a su vez usa referencias clásicas), pero ahora hay sobreabundancia. Es así que unos solos se parecen a otros no literalmente, sino de forma elíptica y casi siempre por sus defectos.

No discuto el talento, en este caso de la intérprete, ni su esfuerzo meditativo ni mucho menos su honestidad artística; da la sensación un tanto desolada de estar haciendo lo que puede. Pero sin alardear de búsqueda de sentido comercial ¿a qué público (anteayer muy escaso, por cierto) va dirigida esta obra? ¿Hay realmente un hilo argumental preciso y justificado como dramaturgia? ¿Es una obra terminada o un boceto?

CARA PINTADA, EL SALTO DE LA RANA Y OTRAS PEQUEÑAS HISTORIAS

Dirección y baile: Janet Novás; música: Haru Mori y otros; vestuario: Juana Rodríguez; luces: P. Fresneda y A. Ferreiro. Teatro Pradillo. Hasta el día 3.

Janet Novás se esfuerza en la vertiente gestual, pero evidentemente no controla el resultado, ni en lo plástico ni en lo espacial. Carece del tan necesario distanciamiento selectivo, de síntesis, sobre la exploración experimental, de mesura en el bocinado vocal que se antoja alarde. Ser críptico no siempre es acertar.

Doble vacío

La artista decora la escena con molduras vacías y así la representación del vacío es doble: el marco se llena con el cuerpo y después el cuerpo se habita con el movimiento y un entramado gutural y corporal complejo. Hay un cierto lirismo, algo expresado difusamente sobre una mímica brutalista dentro de una catarsis doméstica y liberatoria. El intento de decoración escénica, el acotado de lo personal sobre lo social-espacial, fracasa estrepitosamente, decae y solamente adquiere un significado esteticista pero propio en lo poético cuando la bailarina cubre su cara con polvo de oro, a la manera que decía la leyenda de El Dorado hacían los aborígenes americanos. Ese estarcido se remarca con un inclemente foco específico y una lenta exposición en proscenio. Paradójicamente, esta es la mejor escena de la obra, y es la más breve, la menos explotada. Era la circunstancia más personal y, sin embargo, Novás la deja escapar por las carencias estructurales mencionadas antes, la necesidad de distancia.

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