Crítica:POP

La vecinita

Fue lo que tenía que ser, que no es poco. La australiana Kylie Minogue (Melbourne, 1968) se estrenó tardíamente en Barcelona ante cerca de 15.000 personas con un espectáculo clásico (Aphrodite. Les Folies Tour), tanto en su evocación temática de la Antigüedad como en un desarrollo coreográfico -14 bailarines- que prescindió del alarde tecnológico, no mostrado hasta el final.

En un espectáculo de espléndido sonido y marcada estética homosexual, guiño a una buena parte de su fiel público, Kylie no defraudó orquestando un montaje dinámico, entretenido y familiar, rematado por la sor...

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Fue lo que tenía que ser, que no es poco. La australiana Kylie Minogue (Melbourne, 1968) se estrenó tardíamente en Barcelona ante cerca de 15.000 personas con un espectáculo clásico (Aphrodite. Les Folies Tour), tanto en su evocación temática de la Antigüedad como en un desarrollo coreográfico -14 bailarines- que prescindió del alarde tecnológico, no mostrado hasta el final.

En un espectáculo de espléndido sonido y marcada estética homosexual, guiño a una buena parte de su fiel público, Kylie no defraudó orquestando un montaje dinámico, entretenido y familiar, rematado por la sorprendente aparición final de ocho surtidores orientables de agua y una fuente sobre la que se remató All the lovers, la pieza final. Todo un alarde tecnológico -agua a raudales en escena- nunca visto antes.

KYLIE MINOGUE

Palau Sant Jordi.

Barcelona.

12 de marzo de 2011.

El concierto tuvo sus mejores momentos en las piezas más bailables, aquellas en las que la electrónica precisamente bailable se reviste de pop, véase la excelente Get outta my way y Put your hands up, mientras que bordeó lo insustancial con las baladas y ya directamente naufragó cuando la estrella quiso salirse del guión, caso de la versión rockera de Can't get you out of my head. Nada que objetar a una artista que no ha venido al mundo para cambiarlo sino para vender palomitas mientras lo muestra más vistoso.

La clave del espectáculo fue la propia esencia de Kylie, una diva familiar que no sugeriría peligro o sexualidad ni apareciendo en escena con un negligé de inspiración nazi. Todo en ella es amabilidad, ternura y un poco de mojigatería, revestida con la pompa majestuosa que le permite moverse lenta por escena y bailar lo justo.

Todo se rinde a ella, que aún recuerda a la vecinita a la que todos en la escalera le auguraban un futuro en el mundo del espectáculo. ¿Poco? No, suficiente. Kylie, al contrario que otras, no promete nada más de lo que ofrece. Y no engaña.

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Kilye Minogue, en la edición de 2002 que se celebró en Barcelona

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