Columna

Tradición

Una multitud de ciudadanos con un único rostro avanza como una marea incontenible hasta invadir las calles de la ciudad de Londres. Son muchos y están furiosos. Son muchos, pero parecen uno solo porque todos esconden su rostro tras la misma máscara, un sonriente semblante de piel pálida con bigote y perilla muy negros, los labios rojos. La máscara que los hace iguales, los hace anónimos.

Acabo de contarles el final de V de Vendetta, película inspirada en una novela gráfica británica, publicada a partir de 1982, cuyo guionista, Alan Moore, concibió como una crítica radical del tha...

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Una multitud de ciudadanos con un único rostro avanza como una marea incontenible hasta invadir las calles de la ciudad de Londres. Son muchos y están furiosos. Son muchos, pero parecen uno solo porque todos esconden su rostro tras la misma máscara, un sonriente semblante de piel pálida con bigote y perilla muy negros, los labios rojos. La máscara que los hace iguales, los hace anónimos.

Acabo de contarles el final de V de Vendetta, película inspirada en una novela gráfica británica, publicada a partir de 1982, cuyo guionista, Alan Moore, concibió como una crítica radical del thatcherismo. Su héroe, V, deforme y enamorado, sensible y marginado, solitario y justiciero vengador de las libertades democráticas en una dictadura neofascista, oculta su identidad tras una máscara del teatro japonés Kabuki. Este es el origen del símbolo que lucen, entre otros, los defensores de las descargas ilegales desde Internet en las grandes ocasiones.

V de Vendetta es una obra muy interesante, una brillante síntesis que integra varias herencias de la literatura culta y de la popular, desde las grandes novelas de anticipación de Huxley, Orwell y Bradbury, hasta El conde de Montecristo y El fantasma de la Ópera. Por eso resulta paradójico, pero sobre todo conmovedor, que los partidarios de hacer tabla rasa con lo que hemos entendido hasta ahora por cultura, estén haciendo en realidad un homenaje público y permanente a autores como Dumas o Leroux, que fueron marginados por la modernidad del siglo XX como ejemplos de arte caduco y polvoriento. Un feliz axioma afirma que, en literatura, lo que no es tradición, es plagio, porque todo viene de alguna parte, nada es nuevo, cualquier novedad ha sido inventada ya. Sería bueno que los feroces enemigos de la tradición pensaran un instante en todo esto la próxima vez que se pongan la máscara.

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