Crítica:CANCIÓN | Luis Eduardo Aute

Un tenue atisbo de esperanza

Instalados en la Europa que mutó de la opulencia al desasosiego, habitantes involuntarios del imperio que erigieron los mercaderes de la codicia, las voces lúcidas nos producen hoy, por escasas, un efecto particularmente balsámico. La de Luis Eduardo Aute es una de las más cualificadas. Por incisiva. Por taciturna. Porque radiografía estos tiempos atormentados en los que se desvanecieron para siempre las certezas.

Será mejor recalar en el amor. O en la misantropía. Parece la apuesta de Intemperie, el disco que anoche presentaba Aute en un Teatro de Madrid pleno de público. Lo rep...

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Instalados en la Europa que mutó de la opulencia al desasosiego, habitantes involuntarios del imperio que erigieron los mercaderes de la codicia, las voces lúcidas nos producen hoy, por escasas, un efecto particularmente balsámico. La de Luis Eduardo Aute es una de las más cualificadas. Por incisiva. Por taciturna. Porque radiografía estos tiempos atormentados en los que se desvanecieron para siempre las certezas.

Será mejor recalar en el amor. O en la misantropía. Parece la apuesta de Intemperie, el disco que anoche presentaba Aute en un Teatro de Madrid pleno de público. Lo repasó de forma casi íntegra, sin apenas concesiones a esas dos docenas de éxitos con los que podría arrancar vítores inmediatos. "Va a ser un concierto duro, pero uno no puede vivir de las rentas", avisó. Incluso sacrificó Cine cine, que figuraba en el repertorio previsto, por Somins de la Plaça Rovira, su reciente estreno como autor en catalán.

El público aceptó el reto y se sumergió sin pestañear en este cancionero poco trillado. Intemperie, la canción, recuerda a La belleza por su hermosura desolada. Banda aparte también remite a Light motiv, como si Aute, inmenso en sus devaneos con las musas literarias, tuviese algo más agotado el catálogo musical. Y Hay cosas peores, dedicada a quienes "aún les duele no saber por qué están vivos", constituye una demoledora apelación a la Ley de Murphy.

Por lo demás, Aute sigue siendo mucho Aute. El hombre de las botas negras, vaqueros y sempiterna americana paladeó sus propias palabras con el mismo deleite con que, entre canción y canción, humedecía los labios en vino tinto. Habló de un mundo resquebrajado, pero también del esplendor que emana de las enfervorizadas plazas egipcias. Se reivindicó como gran poeta de una voluptuosidad casi mística (Aleluya número 5) y de su propio envés: la cicatriz del desapego (Nada). Y legó para una reflexión posterior lo mejor de sus nuevos versos, ese ¿Qué me pasa, doctor? en el que el paciente, un perfecto inadaptado a los tiempos modernos, confiesa ser feliz. Por el microcosmos de Aute siempre se acaba filtrando ese tenue y hermoso atisbo de esperanza.

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