Editorial:editorial

Estado de desánimo

Las expectativas de las empresas españolas han entrado en una fase tan depresiva que hoy se antoja muy difícil adelantar alguna previsión razonable para la recuperación de la economía. Desde luego no es el Gobierno el agente que más confianza inspira para que las empresas crean que esa recuperación está próxima; con demasiada frivolidad ha fiado siempre la reactivación a los meses inmediatos, como si el cambio de tendencia estuviese a la vuelta de la esquina. Así se equivocaron muchas veces en 2009, más veces todavía en 2010 y ahora están a punto de equivocarse con las esperanzas depositadas e...

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Las expectativas de las empresas españolas han entrado en una fase tan depresiva que hoy se antoja muy difícil adelantar alguna previsión razonable para la recuperación de la economía. Desde luego no es el Gobierno el agente que más confianza inspira para que las empresas crean que esa recuperación está próxima; con demasiada frivolidad ha fiado siempre la reactivación a los meses inmediatos, como si el cambio de tendencia estuviese a la vuelta de la esquina. Así se equivocaron muchas veces en 2009, más veces todavía en 2010 y ahora están a punto de equivocarse con las esperanzas depositadas en 2011. Porque, sostenidos quizá por la impresión de que la opinión pública necesita inyecciones de optimismo, no acaban de entender que en España (es decir, no en Alemania, en Francia, en Estados Unidos o en Japón) recuperación significa crear empleo neto, y un aumento de décimas en el PIB no significa que España salga de la recesión. En una economía con 4,6 millones de parados, que la contracción del PIB haya sido del 0,2% en 2010 en lugar del 0,3% parece un magro consuelo. Apenas sirve para esperar que el crecimiento en 2011 suba alguna décima sobre la hipótesis más realista, que es del 0,7%.

Sobre el ánimo de las empresas, reflejado en el Barómetro que hoy publica Negocios, pesan varias condiciones depresivas, pero se pueden espigar dos como las más destacadas o perniciosas. La parálisis del sistema financiero es la más importante porque impide cualquier iniciativa de inversión y, en el peor de los casos, estrangula la capacidad de financiación de las empresas. No es necesario subrayar que la acumulación de activos dañados por la crisis hipotecaria y las crecientes dificultades de liquidez del sistema financiero sofocan cualquier posibilidad de normalización del mercado crediticio desde el comienzo de la crisis financiera hasta 2010. Las expectativas para este año también son muy mediocres. Baste un apunte reciente. En su encuesta sobre préstamos bancarios en España, elaborada por el Banco de España, la banca española ha apreciado en los últimos tres meses del año un deterioro general de las condiciones de acceso a la financiación al por mayor. Sin liquidez, las entidades financieras recurrirán de nuevo a cerrar el grifo del crédito a las empresas. El Banco Central Europeo (BCE) recogía en su informe de estabilidad financiera de diciembre la idea de que hay sequía de crédito para todas las empresas, pero es particularmente grave para las pequeñas y medianas empresas, porque carecen de opciones de financiación distinta de la bancaria. Los préstamos inferiores a un millón de euros concedidos a partir de 2008 sencillamente se han desplomado en toda Europa.

El segundo motivo de depresión para las empresas surge de un consumo contraído debido a las malas expectativas del mercado laboral para este año y el que viene. La esperanza de recuperación del consumo es muy moderada. Pero no todo es negro sin matices; el realismo raras veces equivale a catastrofismo. La recuperación económica tardará en llegar más de lo que supone el Gobierno, y si desde febrero de 2011 fuera ineludible señalar el cabo que acabará por desenredar este ovillo, habría que señalar a las empresas industriales. Son las que antes se beneficiarán del tirón de la recuperación alemana y las que, sin alardes, exhiben hoy más salud laboral y comercial.

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