Columna

Más allá

Leo una biografía de Clint Eastwood, perpetrada por Patrick McGilligan, que parece alentada por el resentimiento, un buceo con alma de cotilla entre las víctimas del gran depredador sexual, los colaboradores y amigos que ha desterrado a perpetuidad de su reino después de haberle servido bien, su estratégica búsqueda de exégetas que otorguen prestigio a su cine autoral, aunque su personalidad como actor haya dispuesto siempre del fervor del público etcétera. Esta fórmula para corroer el mito huye de la complejidad, sabe que la maledicencia crea morbo...

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Leo una biografía de Clint Eastwood, perpetrada por Patrick McGilligan, que parece alentada por el resentimiento, un buceo con alma de cotilla entre las víctimas del gran depredador sexual, los colaboradores y amigos que ha desterrado a perpetuidad de su reino después de haberle servido bien, su estratégica búsqueda de exégetas que otorguen prestigio a su cine autoral, aunque su personalidad como actor haya dispuesto siempre del fervor del público etcétera. Esta fórmula para corroer el mito huye de la complejidad, sabe que la maledicencia crea morbo...

De lo que no queda duda leyendo este malévolo panfleto es que Clint el Sucio es profundamente terrenal, que solo concibe su reino en este mundo. Viendo los universos que retrata en su obra (según McGilligan, se ha limitado siempre a ilustrar con imágenes guiones ajenos, sin tocar una línea, como hacía un tal John Ford) deduces que su expresividad solo está centrada en lo que ocurre en este valle de lágrimas. Por ello, te sorprende que este realista señor de 80 años indague en lo sobrenatural en Más allá de la vida, que desautorice a Hamlet en su certidumbre de que la muerte es ese desconocido territorio cuyos límites no vuelve a traspasar viajero alguno. Tal vez porque su reloj biológico le previene de que el final le está rondando, Eastwood imagina que es posible comunicarte con los muertos amados, los que al irse dejan una pena y un vacío intolerables en los que siguen aquí. Moviéndose en terreno tan ajeno a sus obsesiones, propicio para el énfasis y el desparrame, Eastwood consigue una película hermosa, sutil y emocionante, en la que todas las sensaciones que experimentan sus heridos personajes resultan veraces.

También te habla fugazmente de lo fácil que resulta traficar con la esperanza, engañar a los que necesitan conectar con el más allá para no sentirse tan solos. Pienso en ello mientras veo en la televisión de madrugada la alucinante sobredosis de spots vendiendo el tarot, la quiromancia, esas cartas que adivinarán esplendores inmediatos o futuros. Imaginas por la machacante oferta de ese supermercado de ilusiones que tiene gran demanda. De gente perdida, carne de estafa, dispuesta a creerse lo imposible con tal de no aceptar su realidad.

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