Editorial:

La UE debe actuar

Europa tiene la obligación de ayudar a Túnez a encontrar el rumbo hacia la democracia

Nadie sabe todavía hacia dónde se dirige Túnez, pese a indicios tan alentadores como la liberación de presos políticos, la abolición de la censura o la legalización de partidos. Los tunecinos siguen sin resolver una de las cruciales discrepancias entre la agitada calle y el Gobierno provisional. Mientras este sigue repleto de miembros del partido del dictador Ben Ali, que consideran que haber abjurado del RCD les otorga carta de demócratas, la calle exige la salida del Gobierno de todos ellos. El experimento del país norteafricano no ha hecho más que comenzar, y puede desembocar tanto en una d...

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Nadie sabe todavía hacia dónde se dirige Túnez, pese a indicios tan alentadores como la liberación de presos políticos, la abolición de la censura o la legalización de partidos. Los tunecinos siguen sin resolver una de las cruciales discrepancias entre la agitada calle y el Gobierno provisional. Mientras este sigue repleto de miembros del partido del dictador Ben Ali, que consideran que haber abjurado del RCD les otorga carta de demócratas, la calle exige la salida del Gobierno de todos ellos. El experimento del país norteafricano no ha hecho más que comenzar, y puede desembocar tanto en una democracia como en un golpe militar o en un caos que arruine las enormes expectativas de hoy.

Transformar en sociedad plural un larguísimo régimen policíaco y cleptocrático es tarea ingente. Si Túnez, en el alarmado visor de sus despóticos vecinos árabes, consigue restaurar el orden y celebrar elecciones libres, podría convertirse en un faro de libertades, para estupor de una vasta región en la que solo Turquía ha logrado hacer del islamismo -cuyo potencial en Túnez es una incógnita- parte del mosaico electoral, en lugar de amenaza a su existencia. Cuenta para este viaje con activos de los que carece la mayoría de los países árabes, desde su cohesión social y desarrollo económico hasta el nivel de su educación, su sanidad o sus servicios públicos. Pero los obstáculos son muchos. Palancas decisivas del régimen, como la policía política o el partido títere (pese a su disolución formal), siguen en pie. La oposición, reprimida y manipulada durante años, es testimonial, y no hay en Túnez líder alguno que galvanice a sus compatriotas. Tampoco justicia independiente en un país cuya Constitución fue fabricada a medida de Ben Ali. El contexto hace improbable el cambio súbito que se reclama.

Al desenlace puede ayudar decisivamente la UE, que ha mantenido un clamoroso silencio y se dispone ahora a despachar a un puñado de funcionarios sobre el terreno. Encabezada por Francia, la UE, que predica los derechos humanos y la democracia como el evangelio de su acción exterior, ha condonado la dictadura de Ben Ali, al que desde el acuerdo de asociación de 1995 ha regado con miles de millones de euros en ayuda financiera y préstamos, pese a ser vox populi la rapiña que encabezaba. Esa Europa que ha mirado hacia otro lado tiene ahora la oportunidad de propiciar la democracia en Túnez. Si no lo hace, sería una vergüenza histórica.

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