Reportaje:FIN DE SEMANA

Lo que pesa el alma

En San Miguel de Gormaz, por tierras sorianas, los frescos muestran una trama de temas y colores apasionantes

Para venir a lo que no sabes / has de ir por donde no sabes", escribe san Juan de la Cruz. Voy camino de la ribera del Duero, en Soria, y llego a Gormaz después de haber pasado por San Esteban. Desde lo alto de una colina me recibe, como un gran navío varado, la fortaleza más extensa de la Europa musulmana. El castillo de Gormaz se hace visible desde la lejanía y, a medida que avanzamos hacia sus faldas, su figura se va engrandeciendo y asombrando. Paso por campos de...

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Para venir a lo que no sabes / has de ir por donde no sabes", escribe san Juan de la Cruz. Voy camino de la ribera del Duero, en Soria, y llego a Gormaz después de haber pasado por San Esteban. Desde lo alto de una colina me recibe, como un gran navío varado, la fortaleza más extensa de la Europa musulmana. El castillo de Gormaz se hace visible desde la lejanía y, a medida que avanzamos hacia sus faldas, su figura se va engrandeciendo y asombrando. Paso por campos desolados y pueblos cerrados y casas abandonadas hace tiempo a la intemperie. Corre un frío húmedo, pues el Duero hace aquí una de esas curvas de ballesta.

Paso Gormaz, sin un alma, y llego a la ermita de San Miguel, a escasos kilómetros del destartalado casco urbano. Como aún dispongo de algún tiempo, subo hasta el castillo por una empinada carretera de tierra. Aparco en una cuneta y reemprendo la marcha a pie hasta alcanzar la puerta califal. La atravieso despacio y frente a mí una inmensa extensión vacante desde hace siglos, una tierra de nadie en medio de una eternidad que abarca ya mil años. Aquí no podría perderme como en un bosque o en una ciudad. No hay letreros, ni nombres de calles, ni comercios, ni quioscos, ni neones, ni señales, ni paseante alguno, ni ramas que crujen, ni variedades de árboles, ni hojas muertas que agonizan bajo mis pies. Aquí no sirven las artes de perderse y, sin embargo, en este claro del bosque pétreo contemplo los primeros copos de nieve quemados por el frágil sol de la verdad, la única verdad: sin principio ni fin, inmensa, absoluta, invisible, temible. Pocos espacios como este tan metafísicos me he encontrado a lo largo de mi vida. Tan vacíos, tan absolutos, tan prolongados, tan generosos, tan inútiles. Aquí el hombre, sin proponérselo, adquiere la condición temporal de poeta o filósofo. En medio del castillo hueco de Gormaz hay océanos de nada, ciega, indiferente, la angustia y, sobre ella y bajo ella, las altas atalayas desmochadas. La angustia raíz de la metafísica, consecuencia de la soledad.

Entre el río y el castillo, a media ladera, la ermita de San Miguel, en medio de grandes bloques de rocas naturales, utilizadas antiguamente como aras o desprendidas desde la propia fortaleza como proyectiles. Abajo, el Duero, el río que baña las tumbas, mezcla leche con agua, rocío y celos, pierde rebaños, inunda viñedos en medio del mosto, arriba arriates, y en las marrones tierras de labor funde la helada entre la toba. Abajo, el Duero, si se es digno de esos surcos: graneros, arcones, sedales, el heno del hambre, arbustos, álamos aventados (este es el viento de enero de mi existencia), pozos de sequías, golondrinas en las avenas futuras. "I have been here before", yo ya estuve aquí, le robo el verso a Rossetti. ¿Podría en estas aguas sumergir a Ofelia? La ermita bajo la advocación de san Miguel arcángel, tan guerrero como otros que pasaron por aquí: Almanzor, el Cid. Hasta 1081 se ofició la liturgia mozárabe; luego, el gregoriano y el arte románico.

La ermita tiene un origen prerrománico, estilo del que aún vemos una pila bautismal labrada en la piedra viva, donde se llevaba a cabo la inmersión total. Adosadas al edificio hay piezas procedentes de otros monumentos visigodos, islámicos y medievales. Incluso se reutilizaron capiteles como basas de columnas. La ermita estaba rodeada de una necrópolis. Los enterramientos duraron cinco siglos, del XI al XV. La exhumación de muchos de estos restos dio pie para analizar sus costumbres y formas de vida. El edificio fue levantado con piedras toscas. Tiene una nave rectangular y cabecera trapezoidal, se entra por una puerta románica y en el lado meridional tiene un pórtico. ¿Qué debieron sentir arquitectos, ingenieros, arqueólogos, restauradores, historiadores y biólogos cuando, en el año 1996, se iniciaron las obras de restauración y, ya en las primeras catas, comenzaron a aparecer las pinturas murales que llevaban escondidas durante siglos? La ermita de San Miguel conservó, a pesar de todo, casi toda la decoración mural románica. Hoy, tras más de doce años de complejos trabajos, podemos contemplar los frescos en el mismo lugar donde se crearon.

Son representaciones del antiguo y del nuevo testamento. Las pinturas de la nave narran el nacimiento y la infancia de Cristo: la anunciación del arcángel san Gabriel, la visitación de la Virgen a su prima Isabel, que dará a luz a san Juan Bautista, el anuncio a los pastores y el portal de Belén, los Reyes Magos y Herodes y la matanza de los inocentes. Un segundo grupo de pinturas muestra a dos ejércitos flanqueados por un torreón cilíndrico almenado en cada extremo. Estas escenas de cabalgadas (la de los Magos y la de los ejércitos) son de las más vistosas por el movimiento que adquieren. Caballos que se asemejan a los de los tiovivos de las ferias, con sus pezuñas entrecruzadas. En otro tercer grupo se acoge a las tres Marías. La Magdalena, la de Santiago y la de Salomé. Fueron las tres mujeres que difundieron la resurrección de Cristo. Las escenas del peso de las almas y el infierno también son impresionantes y están bastante bien conservadas.

Veinticuatro ancianos

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En la cabecera se representa el libro del Génesis y el Apocalipsis de San Juan. En la bóveda de la cabecera está el Cristo-majestad-juez, sentado en un trono en medio del cielo, rodeado de arcángeles (san Gabriel y san Miguel), serafines y querubines. También se encuentra rodeado por los veinticuatro ancianos del Apocalipsis, la corte suprema de Dios junto a los evangelistas. Cabezas con mitra, rostros barbados, túnicas, mantos sobrepuestos, una vihuela. En lo más alto, la paloma del Espíritu Santo, la cruz de la pasión de Cristo, el cordero místico o Agnus Dei sostenidos por ángeles. La creación de Adán y Eva, la expulsión del paraíso.

Seres racionales, fantásticos animales, la realidad y la ficción simbólica del cristianismo maravillosamente representada. Aún relucen los colores: rojos, azules, amarillos, verdes. En los muros interiores y exteriores de la ermita de San Miguel de Gormaz también se ha conservado desde su origen hasta hoy día un amplio conjunto de grafitis: dibujos, señales o pintadas. Son más de un centenar de aves, figuras geométricas, humanos, cruces.

Mientras el párroco va a recoger las llaves para cerrar la ermita, me quedo solo por unos instantes, suficientes para darme cuenta, como Lamartine, de que nunca encontré un lugar o un espacio como este cuya primera visión no fuese para mí un recuerdo. ¿Un recuerdo de aquí o de allá? ¡Que san Miguel nos pese bien el alma!

En las afueras, el Duero, el castillo, la propia ermita, el frío del mediodía ya vencido y, de nuevo, a caminar, "para venir a lo que no sabes / has de ir por donde no sabes". Ya llevo compañía.

» César Antonio Molina, ex ministro de Cultura, es director de la Casa del Lector.

Frescos en San Miguel de Gormaz
Recorrido por el transcurso de río desde San Esteban de Gormaz hasta los Picos de UrbiónVídeo: Viajar TV

Guía

La visita

» Ermita de San Miguel: actualmente cerrada por restauración.

» Iglesia de Nuestra Señora del Rivero. Cita: 975 35 00 49.

Información

» San Esteban de Gormaz (www.sanesteban.com; 975 35 02 92).

» Gormaz (www.gormaz.es).

» Oficina de turismo de Soria (www.sorianitelaimaginas.com; 975 22 05 11).

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