Crítica:TEATRO | CINCO HORAS CON MARIO

Un cadáver todo oídos

En escena, lo que no suma resta. Da gusto escuchar a Natalia Millán monologando durante hora y cuarenta minutos sin necesidad de artificio ni de pirotecnia alguna en esta reedición de la adaptación escénica de Cinco horas con Mario. Ahora que sobreabundan los espectáculos cuyos intérpretes parecen no poder decir palabra sin ponerlo todo perdido de acciones, la directora Josefina Molina y la actriz dan una clase de contención expresiva, especialmente cuando Carmen Sotillo narra a su difunto esposo de cuerpo presente, sentada en una silla pero con nervio épico, como si estuviera contándol...

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En escena, lo que no suma resta. Da gusto escuchar a Natalia Millán monologando durante hora y cuarenta minutos sin necesidad de artificio ni de pirotecnia alguna en esta reedición de la adaptación escénica de Cinco horas con Mario. Ahora que sobreabundan los espectáculos cuyos intérpretes parecen no poder decir palabra sin ponerlo todo perdido de acciones, la directora Josefina Molina y la actriz dan una clase de contención expresiva, especialmente cuando Carmen Sotillo narra a su difunto esposo de cuerpo presente, sentada en una silla pero con nervio épico, como si estuviera contándole el rapto de Europa, el día en que Paco, sempiterno admirador suyo, la paró, la metió en su aerodinámico Tiburón Citroën y se la llevó a las afueras, dispuesto a todo.

CINCO HORAS CON MARIO

Autor: Miguel Delibes. Intérpretes: Natalia Millán y Víctor Elías. Música: Luis Eduardo Aute. Luz: Francisco Leal. Escenografía: Rafael Palmero. Dirección: Josefina Molina. Teatro Reina Victoria.

Convención teatral

Tres décadas después de su estreno clamoroso, protagonizado por Lola Herrera, sigue sorprendiéndonos la ironía creciente con que Delibes abona la dramática situación de partida, hasta transformarla en el involuntario autorretrato jocoso de una madre de familia educada en la tradición conservadora más egoísta y de sus desencuentros con un esposo escritor preocupado por las causas sociales. Si la Herrera se encarnaba en Carmen Sotillo, Natalia Millán la interpreta muy bien, sin desmayos, mejor cuanto más avanza la función. Le da al personaje otro aire y otro atractivo: tiene el tipo (un tipazo) demasiado intacto como para parecer madre abnegada de cinco hijos, pero lo aceptamos como parte de la convención teatral, aunque al principio nos cueste. Nos convence su manera de poner el relato en valor, de servir ese lenguaje tan ajustado a la cintura de los hechos que gasta el autor vallisoletano.

A actriz que sostiene a palo seco un texto tan difícil pocas pegas cabe ponerle: quizá al principio se la sienta venir cuando propina algún golpe de humor; luego, su pulso y el de la obra van al unísono y cada golpe nos pilla desprevenidos.

Su trabajo queda enmarcado por una escenografía estilizada funcional y un mobiliario realista, que apenas se avienen. Ignoro el porqué de la ligera amplificación que se le da a su voz. El público del estreno vitoreó a Natalia Millán, a quien en la última escena secunda eficazmente el joven actor Víctor Elías.

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