Crítica:TEATRO | L'ARQUITECTE

'L'arquitecte' Un mundo sin esperanza

Una tragedia de proporciones apocalípticas pero sin culpables. Esto es The Architect, del escocés Daniel Greig (1969). Leo Black es el arquitecto que da título a la obra, un tipo responsable y buena gente que ve cómo todo su entorno se desmorona. Primera antítesis. De su familia no hay ni uno que se salve. Su mujer, Paulina, se ha vuelto una neurótica obsesionada con la limpieza, el medio ambiente y los modales; sus hijos, ya adultos, andan extraviados y de noche se pierden deliberadamente: Martin en garitos o en azoteas solitarias en busca de contactos homosexuales anónimos y Dorothy e...

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Una tragedia de proporciones apocalípticas pero sin culpables. Esto es The Architect, del escocés Daniel Greig (1969). Leo Black es el arquitecto que da título a la obra, un tipo responsable y buena gente que ve cómo todo su entorno se desmorona. Primera antítesis. De su familia no hay ni uno que se salve. Su mujer, Paulina, se ha vuelto una neurótica obsesionada con la limpieza, el medio ambiente y los modales; sus hijos, ya adultos, andan extraviados y de noche se pierden deliberadamente: Martin en garitos o en azoteas solitarias en busca de contactos homosexuales anónimos y Dorothy en autopistas desiertas en busca, entre náuseas y deseos contradictorios, de camioneros hospitalarios.

L'ARQUITECTE

De David Greig. Dirección: Julio Manrique. Intérpretes: Marta Angelat, Pere Arquillué, Pol López, Lluïsa Mallol, Jordi Martínez, Marc Rodríguez, Mar Ulldemolins. Teatre Lliure, sala Fabià Puigserver. Barcelona, 12 de enero.

Sus edificios tampoco son lo que él esperaba, en concreto el complejo urbanístico de Eden Court, que viene a ser como un hormiguero de protección social, y cuyos habitantes le piden que apoye su demolición. La cuestión es que la pieza es una huida hacia delante de todos ellos, un ir a la deriva sin sentido y sin que nadie sepa por qué, ni ellos mismos ni, por supuesto, nosotros los espectadores.

Julio Manrique, director del montaje, dice que es precisamente la ausencia de culpables lo que hace que The Architect sea inquietante e interesante. Inquietante, vale; interesante, en cambio, a mi parecer, poco. El texto, en conjunto, me resulta más bien gratuito. Y tan extremo que se hace previsible. De hecho, Manrique hace hincapié en la posibilidad de incesto que se apunta en la tercera escena del primer acto, como si alguien tuviera que hacer algo malo que pudiera justificar al menos una parte de tanta desdicha. Esta lectura es una de sus aportaciones. Afortunadamente, hay más y, aunque no evita que, llegados a la segunda parte, nos aburramos, lo cierto es que consigue sacar bastante jugo al vacío. Con el atractivo y equilibrado espacio escénico que recrea todos los ambientes en los que se suceden las acciones o la falta de ellas (está plagado de microescenas); con las canciones que aderezan el montaje. Con el trabajo de los intérpretes. Pere Arquillué, en el papel del arquitecto, llega, si no a conmover, a dar mucha penita, ¡pobre hombre! Lluïsa Mallol es su mujer y cumple con las manías de Paulina con coherencia, sin caer en la locura aunque todos nos demos cuenta de que es carne de diván; Marc Martínez, el hijo, da bien el perfil de rebelde sin causa, mientras que Mar Ulldemolins, la hija, sabe jugar a la Lolita errante. Después están Pol López, estupendo perrito faldero de Martin, y los también convincentes Jordi Martínez, el camionero, y Marta Angelat como la portavoz de Eden Court.

Una escena de L'arquitecte, que se representa en el Teatre Lliure.ROS RIBAS
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