Columna

Borrado total

El año pasado, o tal vez fue el anterior pero en cualquier caso consta en las hemerotecas, menos mal, la socialdemocracia errante cerró filas para que en todas las comunidades autónomas donde se hallare en la oposición, cual es el caso, realizase un ejercicio de responsabilidad -así lo llamaron- no poniendo obstáculos a la aprobación de los presupuestos elaborados por la administración gobernante. Daba igual que las cifras fueran delirantes, imposibles, suicidas o las tres cosas a la vez. La bancada socialista no votó contra unas partidas trazadas desde ni se sabe por los surcos de la bancarro...

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El año pasado, o tal vez fue el anterior pero en cualquier caso consta en las hemerotecas, menos mal, la socialdemocracia errante cerró filas para que en todas las comunidades autónomas donde se hallare en la oposición, cual es el caso, realizase un ejercicio de responsabilidad -así lo llamaron- no poniendo obstáculos a la aprobación de los presupuestos elaborados por la administración gobernante. Daba igual que las cifras fueran delirantes, imposibles, suicidas o las tres cosas a la vez. La bancada socialista no votó contra unas partidas trazadas desde ni se sabe por los surcos de la bancarrota, como tan amablemente recuerda la Sindicatura de Cuentas en vísperas de cada nuevo ejercicio rebosante de impunidad. Está por ver que el elector atónito valorase aquel gesto inútil de una izquierda venida a menos desde el año que acabó la guerra de Angola. Por la misma regla de tres, poca cosa cabe esperar de la pintoresca oferta de acuerdo planteada al imputado presidente Francisco Camps, por el todavía líder del PSPV, Jorge Alarte, no sé si para tranquilizar a una ciudadanía resignada, adormecida y sin hoja de ruta para asaltar la Bastilla, no por falta de motivos, sino porque seguramente la confundiría con alguna tienda de antigüedades.

El asunto no es que Camps y Alarte se entiendan, a riesgo de que los obispos condenen ese amancebamiento ideológicamente antinatural, sino el papelón que nuevamente le tocaría representar a la parte contratante de la segunda parte. ¿Qué extraña oportunidad avistan los ex socialistas para ensuciarse en el despiece de esta chacinería en derribo? ¿Reformar el estatuto de autonomía? Alucina, vecina. Días atrás 25 entidades culturales, mediante un manifiesto a la Generalitat, reclamaban alguna clase de acciones ante la ausencia de políticas con el resultado de una industria, por así decir, peor que malparada. En esas que salió un mandado y les comunicó que se fueran a pedir a otra parte. Concretamente a Zapatero u otro gobierno -¿tal vez a Naciones Unidas?-, porque aquí no hay. Mejor dicho, hay para la Fórmula uno, para cuchipandas y golfantes, pero no para gestionar con solvencia las competencias que, desde 1982, tiene transferidas en exclusiva la Generalitat. Y desde el año que terminó la guerra de Angola hasta la fecha, entre chorizadas sumariales, sobrecostes alpinos, silencios empresariales y votantes entusiasmados, a poco que devolvieran parte de lo sustraído, nos podríamos comprar enteros los mercados financieros y dos huevos duros. Cuando Camps pide hacer coincidir elecciones generales y autonómicas, no es para que Rajoy alumbre una nueva era. No se lo cree, ni ahíto de vino. Una vez más, se trata de información privilegiada. Sabe que en 2012 llega el fin del mundo y, con él, se acaban la deuda y los sumarios judiciales. ¿Reformar el Estatuto? Lo que hace falta es un borrado total. Ocupen su localidad.

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