Análisis:EL ACENTO

Una dura competición

Ya se sabe que los políticos acostumbran a estar muy sueltos de lengua cuando se acercan citas electorales y les asalta el llamado mal del mitin, que más o menos consiste en decir la frase más estúpida como si estuvieran citando un aforismo de Lichtenberg. Desconocíamos, sin embargo, que tal enfermedad se hubiera extendido al recatado sector de los prelados. Andaban los señores obispos los últimos días del año agitando conciencias para llenar de fieles el acto de la madrileña plaza de Colón del domingo pasado, cual cartelistas anunciando el concierto de Fito y los Fittipaldis, y a algunos de e...

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Ya se sabe que los políticos acostumbran a estar muy sueltos de lengua cuando se acercan citas electorales y les asalta el llamado mal del mitin, que más o menos consiste en decir la frase más estúpida como si estuvieran citando un aforismo de Lichtenberg. Desconocíamos, sin embargo, que tal enfermedad se hubiera extendido al recatado sector de los prelados. Andaban los señores obispos los últimos días del año agitando conciencias para llenar de fieles el acto de la madrileña plaza de Colón del domingo pasado, cual cartelistas anunciando el concierto de Fito y los Fittipaldis, y a algunos de ellos se les fue no ya la lengua, no, que detrás arrastraba la cabeza entera.

Es imposible que un prelado como el de Córdoba, Demetrio Fernández, pueda decir, si se excluye el ardor guerrero del mitin y la asamblea tumultuosa, algo tan incomprensible para una mente medianamente racional como que "la Unesco tiene programado para los próximos 20 años hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual". Fernández, además, citó fuente en su sermón: el cardenal Ennio Antonelli, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, del Vaticano.

Cómo podría conseguir este organismo de Naciones Unidas, dedicado a la ciencia, la educación y la cultura, con 193 Estados miembros, que 5.000 millones de seres humanos -ahí es nada- se hagan homosexuales? Pues a base de "distintos programas" para ir "implantando la ideología de género, que ya está presente en nuestras escuelas", la cual promulga, al decir del obispo, que "uno no nacería varón o mujer, sino que lo elige según su capricho, y podrá cambiar de sexo cuando quiera según su antojo". ¿No les parece poca cosa para tan portentosa hazaña?

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Pero la competencia es dura, y en un hipotético concurso de ocurrencias entre obispos, Fernández se encontraría ante un rival de cuidado: el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Plá, que optó a la victoria con este disparate, chusco y falso: "los matrimonios canónicamente constituidos son menos dados a la violencia doméstica que aquellos que son parejas de hecho, las parejas de personas que viven inestablemente y que es donde más se está generando la violencia contra la mujer".

¿Ex aequo?

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