Columna

Secretos a la oreja

Las confidencias deslizadas en vísperas de Navidad por el presidente del Gobierno a un grupo de periodistas que le preguntaban sobre su decisión de presentarse a las elecciones legislativas no han hecho sino incrementar las dudas ya existentes. Ni siquiera hay unanimidad entre los oyentes respecto a los términos exactos de su respuesta. Al parecer, Zapatero dio a entender que ya había confiado a Sonsoles Espinosa y a un dirigente del PSOE sus propósitos pero que consideraba inconveniente hacerlos públicos por ahora.

Así pues, la concurrencia a las urnas de Zapatero para renovar su manda...

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Las confidencias deslizadas en vísperas de Navidad por el presidente del Gobierno a un grupo de periodistas que le preguntaban sobre su decisión de presentarse a las elecciones legislativas no han hecho sino incrementar las dudas ya existentes. Ni siquiera hay unanimidad entre los oyentes respecto a los términos exactos de su respuesta. Al parecer, Zapatero dio a entender que ya había confiado a Sonsoles Espinosa y a un dirigente del PSOE sus propósitos pero que consideraba inconveniente hacerlos públicos por ahora.

Así pues, la concurrencia a las urnas de Zapatero para renovar su mandato continúa siendo -empleando la célebre imagen churchiliana- un enigma envuelto dentro de un misterio. Ni siquiera la indiscreta filtración del secreto desde medios cercanos a sus presuntos receptores sería concluyente. Y si la confidencia existiera pero Zapatero fuese luego infiel a su inicial decisión de concurrir o de abandonar la carrera electoral, parece improbable que los depositarios de la palabra resolvieran avergonzar al interesado revelando acusatoriamente ante la opinión su incumplimiento.

Continúan las incertidumbres sobre el candidato del PSOE para futuro presidente del Gobierno

En la vida política es frecuente que circunstancias imprevistas obliguen a los gobernantes a desdecirse de pronunciamientos cuchicheados en la más estricta intimidad o vociferados desde la tribuna, tal y como le ha ocurrido al actual presidente del Gobierno en esta legislatura. Hombre de aparato enmadrado desde la juventud en la cultura de maniobras internas y virajes pragmáticos de un partido, tampoco sería disparatado que Zapatero apostase a favor de un tercer mandato si las expectativas de derrota en las legislativas con que se cierra 2011 se invirtieran gracias a una mejoría de la situación económica, un golpe definitivo a ETA o unos resultados discretos en los comicios locales.

En teoría, el presidente del Gobierno dispone de tiempo hasta que las municipales y autonómicas confirmen, moderen o rectifiquen el derrumbamiento electoral del PSOE registrado actualmente por los sondeos. Con el verano de por medio, y con el imperativo legal de disolver las Cortes en enero de 2012, los comicios del 22 de mayo serían la última fecha razonable para iniciar la designación del eventual sustituto de Zapatero. La celebración de un congreso extraordinario, si se optase por la elección de un nuevo secretario general del PSOE que fuese a la vez el candidato a la presidencia del Gobierno, o la puesta en marcha de las primarias, ensayada con la bicefalia fracasada de Almunia y Borrell, exigirían semanas o meses. Pese a que el sustituto de Aznar fuese nombrado a dedo por el entonces presidente, la decisión se anunció a comienzos de septiembre.

Abstracción hecha de un cambio de tendencia capaz de tentar la libido dominandi de Zapatero, los indicios disponibles hablan a favor de su renuncia a luchar por un tercer mandato. Desde el lado de la demanda, como dirían los economistas, la brusca caída en los sondeos del actual presidente del Gobierno predice una cosecha de votos menor que la obtenible por otros candidatos socialistas. Desde el lado de la oferta, Zapatero -caso de presentarse- debería asumir en cualquier caso la posibilidad de ser derrotado y tener que asumir el papel de líder de la oposición.

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De añadidura, no solo la designación como vicepresidente primero del Gobierno en la reciente crisis ministerial sino también el nuevo estilo de desempeñar el cargo hacen de Alfredo Pérez Rubalcaba el tapado a la mexicana de la sucesión presidencial. Solo la voluntad refinada de engañar a los futuros votantes, tal y como hacen las novelas policiales clásicas con los lectores al descargar las sospechas iniciales sobre un falso culpable finalmente inocente, podría crear el artificioso relato de que Rubalcaba es la liebre mecánica encargada de hacer correr a los galgos -los verdaderos aspirantes a suceder a Zapatero, como Bono, Chacón o Blanco- en el canódromo electoral.

La amplia experiencia política acumulada por Rubalcaba (ministro de Educación y de la Presidencia con Felipe González y portavoz parlamentario, ministro del Interior y vicepresidente primero con Zapatero) le inmunizaría contra los adanismos, novatadas, ingenuidades, caprichos y descubrimientos de mediterráneos de su predecesor si lograse ser presidente. Y, en cualquier caso, su candidatura tal vez redujese las proporciones de la derrota, elevase la moral de los socialistas durante la campaña y proporcionase al grupo del PSOE en el Congreso un competente líder parlamentario.

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