Crítica:DANZA | El lago de los cisnes

La noche del bufón

Lo bueno que tiene ver un mal ballet es que despierta la conciencia del espectador. Fuera del programa de temporada, el Teatro Real alberga estas funciones de la compañía rusa en la que hay muchas irregularidades en la manera de exponer el más grande de sus clásicos, además de algunas curiosidades muy en estilo vintage. La producción de El lago de los cisnes es reciente y entresacando hay cosas estéticamente pasables, como la escenografía (no hay créditos), que va por un sitio, hacia un estilo de síntesis que roza el minimalismo y que contrasta con el vestuario, en el que abundan...

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Lo bueno que tiene ver un mal ballet es que despierta la conciencia del espectador. Fuera del programa de temporada, el Teatro Real alberga estas funciones de la compañía rusa en la que hay muchas irregularidades en la manera de exponer el más grande de sus clásicos, además de algunas curiosidades muy en estilo vintage. La producción de El lago de los cisnes es reciente y entresacando hay cosas estéticamente pasables, como la escenografía (no hay créditos), que va por un sitio, hacia un estilo de síntesis que roza el minimalismo y que contrasta con el vestuario, en el que abundan los tópicos.

El gran escenario del Real aparece prácticamente desnudo, despojado de elementos corpóreos y el primer fallo clamoroso es una reducida formación que contando los solistas llega a 20 tristes cisnes (su canon es 32 elementos). La sensación de pobreza se acentúa con la calidad irregular de las bailarinas.

El lago de los cisnes

Ballet y Orquesta Sinfónica de la Ópera de Rostov. Coreografía: Alexei Fadeechev sobre la original de Petipa e Ivanov; música: P. I. Chaikovski. Dirección musical: Aliasei Shakura. Teatro Real. 20 de diciembre.

Después, el papel protagónico del cisne blanco-cisne negro que normalmente se reserva a una sola artista, aquí, como antaño, se divide en dos, una hace el ave blanca (la buena) y otra artista hace el plumado negro (la mala). Al ver salir a escena a la bailarina que hace el cisne blanco, Olga Bykova, se entiende: no podría encarnar el negro, pues se manifiesta con una técnica limitada y quebradiza, sin garra ni coordinación, deslavazada en los pasos a dos.

Del príncipe Sigfrido encarnado por Dimitri Khamidullin solo puede comentarse que su actuación fue lamentable, rozando el esperpento, eludiendo la coreografía y dando auténticos tumbos. Cuando al final se tiró en plancha sobre la escena se oyeron risas: no podía ser de otro modo. Y en medio de aquello, un buen bailarín, algo chapucerillo en sus terminaciones, pero con un evidente talento para el giro y el salto: Oleg Saltsev en el papel del bufón. También se ve buen artista a Denis Sapron (que viene de la Escuela Vaganova de San Petersburgo) en lo poco que hace en la danza española, donde está el otro detalle vintage: aparece asociada al brujo Rothbart con el cisne negro (encarnaciones del mal) y es que evoca la España negra, que así se concibió en origen. La orquesta dominó la situación dando un Chaikovski.

Un momento de la función de El lago de los cisnes.TEATRO REAL
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