Columna

Adiós, Enrique

El año pasado, la Nochevieja cayó en 30 de diciembre. ¿Te acuerdas, Enrique? Nos íbamos ya de La Tertulia pero entraste tú, y decidiste que íbamos a celebrarlo. Cuando salimos del bar, el 31 ya era mañana en Granada, y nosotros, unas pocas personas felices. Tú eras así. Tenías el don de hacer feliz a la gente.

No sé si todos los genios lo son en la vida tanto como en el arte. No he conocido a ningún genio tan enorme como tú. Porque eras el más grande, pero ese adjetivo se te queda muy pequeño. Es difícil contarte, definir tu elegancia innata y sutilísima, la abrumadora inteligencia de t...

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El año pasado, la Nochevieja cayó en 30 de diciembre. ¿Te acuerdas, Enrique? Nos íbamos ya de La Tertulia pero entraste tú, y decidiste que íbamos a celebrarlo. Cuando salimos del bar, el 31 ya era mañana en Granada, y nosotros, unas pocas personas felices. Tú eras así. Tenías el don de hacer feliz a la gente.

No sé si todos los genios lo son en la vida tanto como en el arte. No he conocido a ningún genio tan enorme como tú. Porque eras el más grande, pero ese adjetivo se te queda muy pequeño. Es difícil contarte, definir tu elegancia innata y sutilísima, la abrumadora inteligencia de tus intuiciones, tu generosidad, que era puro talento, la magnanimidad de la atención que sabías prestar a las cosas pequeñas, y tu amor por la vida. Todo eso cantaba en tu voz, que era más que una voz, sabiduría y pasión, una emoción desnuda, caliente como una copa de ron en una noche helada, brillante como el primer rayo de sol sobre la escarcha, poderosa como el destino, el implacable designio que no podrá arrancarte de nosotros para siempre.

Te has muerto, Enrique, y no lo entiendo. Te has muerto, y todas las palabras que has cantado no sirven para explicarme tu ausencia. Te has muerto, tú, que no morirás nunca, y tu inmortalidad no me consuela de no verte, de no oírte, de terminar sin ti este año que empezamos juntos, porque el privilegio de haberte conocido no me consuela de la brutal atrocidad que representa tu muerte. Tú me enseñaste que deseando una cosa, parece un mundo, luego que se consigue, tan solo es humo, tú lo cantaste, y nunca, ni siquiera después de escribirlo, he logrado descifrar la huella que tú, y esas palabras, dejasteis en mí para siempre. Las recuerdo ahora, una vez más, cuando lo único que deseo es que estés vivo, que pueda convertirse en humo mi voluntad de no decirte adiós, querido, querido Enrique Morente.

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