Crítica:

Una engorrosa complejidad

Una de dos: o el cine infantil ha decidido convertirse al experimentalismo en sus estructuras dramáticas o simplemente las narraciones, más que complejas, son plúmbeas, entrecortadas, hipertrofiadas y plomizas. Porque después de esos insoportables 45 minutos centrales de Harry Potter y las reliquias de la muerte, con los personajes atrapados en un limbo inasible, más propios de una película de Gus Van Sant o de Michelangelo Antonioni (pero sin sustancia) que de las desventuras del niño mago, aquí tenemos Las crónicas de Narnia: la travesía del viajero del alba, tercera entrega ci...

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Una de dos: o el cine infantil ha decidido convertirse al experimentalismo en sus estructuras dramáticas o simplemente las narraciones, más que complejas, son plúmbeas, entrecortadas, hipertrofiadas y plomizas. Porque después de esos insoportables 45 minutos centrales de Harry Potter y las reliquias de la muerte, con los personajes atrapados en un limbo inasible, más propios de una película de Gus Van Sant o de Michelangelo Antonioni (pero sin sustancia) que de las desventuras del niño mago, aquí tenemos Las crónicas de Narnia: la travesía del viajero del alba, tercera entrega cinematográfica de las novelas escritas por C. S. Lewis, con un engranaje narrativo que nunca acaba de comprenderse si es complejo, trascendente o engorroso. Un problema acrecentado esta vez, tras una notable primera parte y una segunda más que aceptable, por la labor de dirección de Michael Apted, veterano director británico, autor de Gorilas en la niebla, Nell o Enigma, cuya puesta en escena nunca pasó de correcta e impersonal.

LAS CRÓNICAS DE NARNIA: LA TRAVESÍA DEL VIAJERO DEL ALBA

Dirección: Michael Apted. Intérpretes: Ben Barnes, Skandar Keynes, Georgie Henley, Will Poulter, Liam Neeson.

Género: fantasía. EE UU, 2010.

Duración: 115 minutos.

De hecho, en esta nueva odisea casi se pueden adivinar mejor las intenciones religiosas del autor que los verdaderos objetivos de los chavales en el mundo mágico de Narnia. Así, la templanza, el arrepentimiento y la fe ("Cuando se va la fe no queda nada", llega a decir el ratón), virtudes proverbiales, se contraponen a la codicia, mientras Aslan, el león, llega a verbalizar lo que era un secreto a voces, que en realidad es algo así como Dios, y el niño Eustache viene a ser una especie de Saulo de Tarso infantil, caído del caballo, convertido en creyente (del universo de Narnia) tras renegar de su existencia durante buena parte del metraje y devenido héroe a lo San Pablo con sus acciones del último tercio. En cambio, las preguntas más básicas de los relatos de aventuras (¿qué quieren los héroes?, ¿adónde se dirigen?, ¿quiénes son los malos?, ¿qué buscan?) resulta harto complicado resolverlas.

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