Tribuna:Apuntes

No todos somos excelentes

Aún es reciente la felicidad mediática e institucional por la concesión del campus de excelencia al proyecto presentado por las universidades públicas de la ciudad de Valencia, asociadas para la ocasión con el CSIC. Dicho beneplácito ha suscitado, no digamos una euforia desatada, pero sí cierta alegría poco contenida.

Regocijo que, con el paso de los días, ha ido matizándose, rebajándose, hasta casi desaparecer en aquellos que lo manifestaron; aunque hubo otros que, a decir verdad, nunca estuvieron contentos o que al menos fueron escépticos. Quienes atemperaron la pregonada satisfacción...

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Aún es reciente la felicidad mediática e institucional por la concesión del campus de excelencia al proyecto presentado por las universidades públicas de la ciudad de Valencia, asociadas para la ocasión con el CSIC. Dicho beneplácito ha suscitado, no digamos una euforia desatada, pero sí cierta alegría poco contenida.

Regocijo que, con el paso de los días, ha ido matizándose, rebajándose, hasta casi desaparecer en aquellos que lo manifestaron; aunque hubo otros que, a decir verdad, nunca estuvieron contentos o que al menos fueron escépticos. Quienes atemperaron la pregonada satisfacción inicial lo hicieron por distintas razones, todas harto conocidas. Entre otras, porque la dotación económica de esta segunda fase ha sido sustancialmente menor que la ofrecida en la primera convocatoria, aunque haya sido remediada a última hora con fondos de otro ministerio; y además, porque habiéndose concedido ahora algunos proyectos avalados por un único centro, a la Universidad Politécnica le ha faltado tiempo para desmarcarse del plan.

Se recordará cómo, en la misma rueda de prensa donde se anunciaba la concesión, su responsable amenazó con presentar una iniciativa propia y exclusiva para la próxima convocatoria. Al parecer, la excelencia es mucho mejor si el aprecio y la estimación manifestados lo son en singular. Nada que objetar, pero manca finezza, que dirían los italianos. El que no se concediera ningún proyecto al resto de las universidades públicas valencianas también fue motivo de disgusto, aunque menos de lo que debiera.

Los que suscribimos este texto estamos con los otros, con los que no estuvimos contentos, con los que fuimos suspicaces desde el principio. La razón radica en que, de entrada, no supimos cómo se gestó un proyecto del que tuvimos conocimiento cuando sus objetivos, ya consolidados, hacían imposible cualquier cambio en profundidad. A modo de ejemplo: el Campus de Burjassot, aunque no solo, cuyo aporte a la valoración de la Universitat de València en los muchos rankings que se publican nadie pone en duda, encajaba con dificultad en un proyecto de orientación socio-sanitaria. Está, claro que está, pero ha entrado por las hendiduras que han quedado.

La evolución del proceso tampoco proporciona regocijo ninguno. En la primera convocatoria, a la que ambas universidades concurrieron por separado y solas, la Universitat de València obtuvo un sí pero no, la Politécnica un no y ambas una nebulosa recomendación de obligado cumplimiento por parte del ministerio para presentarse juntas a la repesca. La admonición sentó mal sobre todo en el Camino de Vera, que la cumplió sólo por ser imperiosa. Ahora bien, se acató de tan mala gana que el resultado fue un proyecto amalgamado en el que el todo era inferior a la suma de las partes. Nuevo desengaño. El resultado del tercer intento ya lo conocen.

La compañía con la que finalmente hemos acudido, la de la Universidad Politécnica, tampoco nos entusiasma a algunos de nosotros; pero, aclarémoslo, nada tenemos contra nuestros colegas, con los que tantas cosas nos unen y deberían unirnos. Más bien es una reacción a la quemazón (casi sempiterna) que sus gestores sienten ante cualquier proyecto conjunto, por cuanto parecen entender que tal cosa diluye su idiosincrasia. De ahí su disgusto inicial y final, como corrobora el hecho de haber aprovechado la primera excusa, y el lugar más inapropiado, para reivindicar su derecho a presentar un proyecto en solitario.

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Si las cosas son así, y la pareja despechada tiene previsto abandonarnos en el momento más inopinado, acaso debiéramos haber buscado compañía en otro lugar. Algunas voces sugirieron, durante la reelaboración de este último proyecto, que todas o algunas del resto de universidades públicas valencianas proporcionarían un más apropiado consorcio. Se hubiera podido elaborar un proyecto más vertebrador (¿se dice así?) de País (Valenciano, claro, y con perdón). Puede que de ese modo dejáramos de lado los lamentos por la exclusión de esas otras hermanas a las que hemos abandonado por la preferida y vecina, que se comporta cual airada hermanastra.

Miguel Ángel García es profesor de Sociología y Francisco Montes, de Matemáticas, ambos en la Universitat de València.

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