Columna

Laicistas agresivos

A mí, al contrario de lo que algunos piensan, no me parece mal que el Papa se declare públicamente en contra del impenitente "laicismo agresivo" de Zapatero o del anticlericalismo guerra-civilista que según él se extiende cada vez más por todos los rincones del solar patrio. Si lo piensa ¿por qué no va a decirlo? La libertad de expresión también debe regir para los Papas. Hasta ahí podríamos llegar. Es más, estoy seguro de que un intelectual de su condición no se limita a leer lo que sus guionistas le escriben. Dice lo que dice porque realmente se lo cree, no porque se lo susurren los obispos ...

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A mí, al contrario de lo que algunos piensan, no me parece mal que el Papa se declare públicamente en contra del impenitente "laicismo agresivo" de Zapatero o del anticlericalismo guerra-civilista que según él se extiende cada vez más por todos los rincones del solar patrio. Si lo piensa ¿por qué no va a decirlo? La libertad de expresión también debe regir para los Papas. Hasta ahí podríamos llegar. Es más, estoy seguro de que un intelectual de su condición no se limita a leer lo que sus guionistas le escriben. Dice lo que dice porque realmente se lo cree, no porque se lo susurren los obispos indígenas, tan documentados como se muestran siempre en estos asuntos terrenales. A Ratzinger se le podrá criticar cuanto se quiera, pero lo que nadie podrá negarle es que tiene una sinceridad a prueba de bomba.

Y desde luego, lo que sería un error de magnitud considerable es que alguien se tomara a mal su discurso (como al parecer está pasando) y le recordara que la jerarquía eclesiástica que ahora dirige con tanto acierto y mesura, fue precisamente una de las partes más activas en aquella Santa Cruzada española que ahora rememora indirectamente haciendo mención al anticlericalismo de los años treinta. Una Cruzada, por cierto, encabezada por alguien tan clerical y tan poco laico como el Generalísimo, a quien, en una muestra de agradecimiento sin precedentes por los servicios prestados, mantuvo bajo palio hasta el fin de sus días.

Como sería igualmente equivocado, por rencoroso, hacerle notar que su mensaje, y el de los obispos españoles que él mismo designó, desprende un tufo tan anticuado y reaccionario que supera incluso al de su predecesor, quien, aunque algo menos intelectual, era mucho más populista y cachondo. Y además llenaba los hoteles y vendía bastantes más camisetas (las cosas como son).

Y es que en este país todo el mundo parece buscar una excusa para cabrearse. Ayer la crisis, hoy el Papa, mañana, quién sabe. Háganme caso, dejen que el Papa sea recibido por sus fieles con el regocijo y entusiasmo que estos deseen, que hablen entre ellos y se cuenten sus cosas. Como muy acertadamente sentenció en su día el tristemente olvidado fundador de todo esto: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Y por si alguien pretendiera acusar a Ratzinger de que vea la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, le recordaré que ningún anticlerical o laicista agresivo que se precie está legitimado para utilizar argumentos prestados del contrario. Lo único que eso demuestra, a la vista está, es la escasa consistencia de sus convicciones.

O sea, que por lo que a mí respecta, Su Santidad puede volver cuando quiera y decir lo que le venga en gana. No está la economía española como para rechazar eventos globales de esta magnitud.

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