Columna

Degradación

La vida política se va degradando en España de manera perceptible. Sin duda, la crisis económica, la intensidad de la misma, que está afectando de manera sustancial a buen número de los componentes esenciales de la convivencia tiene mucho que ver con ello. Pero no es la crisis el factor determinante.

La crispación política empezó mucho antes de que se desatara la crisis; los escándalos de corrupción y, sobre todo, la ausencia de reacción frente a los mismos, en particular por parte de la dirección del PP, tampoco tienen nada que ver con la crisis; las dificultades para llegar a acuerdos...

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La vida política se va degradando en España de manera perceptible. Sin duda, la crisis económica, la intensidad de la misma, que está afectando de manera sustancial a buen número de los componentes esenciales de la convivencia tiene mucho que ver con ello. Pero no es la crisis el factor determinante.

La crispación política empezó mucho antes de que se desatara la crisis; los escándalos de corrupción y, sobre todo, la ausencia de reacción frente a los mismos, en particular por parte de la dirección del PP, tampoco tienen nada que ver con la crisis; las dificultades para llegar a acuerdos para la renovación de órganos constitucionales tan importantes como el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial no son atribuibles a la crisis; los abucheos al presidente del Gobierno en actos públicos y singularmente en el desfile del 12 de octubre empezaron antes de la crisis. La enumeración es puramente ejemplificativa.

La democracia, decía James Madison, es un sistema armonioso de frustraciones mutuas. Frustrar al adversario es la primera obligación de quien participa activamente en la vida política. Esto ocurre en cualquier tipo de competición y, cuanto más colectivo es el deporte en el que se compite, más visible resulta esa máxima del más importante de los padres fundadores de la Constitución americana. En la política todavía más. Y en la frustración del adversario, especialmente cuando el adversario ocupa el Gobierno, reside una de las garantías más importantes de la libertad del ciudadano. El desarrollo de una oposición vigorosa es más que un componente un presupuesto insoslayable de todo sistema político democrático digno de tal nombre. También, obviamente, entra dentro de la tarea del Gobierno frustrar a quienes están en la oposición, tratando de evitar que puedan ganar las próximas elecciones.

Pero la estrategia de frustrar al adversario tiene que encajar en un sistema armónico, es decir, en un sistema en el que todos los adversarios acepten que hay unas reglas comunes compartidas, que están por encima de toda discusión, en las cuales descansa la posibilidad misma de que el enfrentamiento se produzca de manera civilizada, que no degenere en pura agresión.

La línea que separa el enfrentamiento de la agresión no es fácil de establecer en la competición política. En toda competición hay un árbitro que debe simultáneamente permitir el enfrentamiento y que el enfrentamiento no degenere en agresión. En la política también lo hay. Lo que ocurre es que el árbitro es el cuerpo electoral, que sanciona las conductas de los competidores cada cuatro años. La posibilidad de que la agresión no sea sancionada no es desdeñable.

Ciertamente, en el tiempo que media entre las decisiones del cuerpo electoral opera un arbitraje difuso de la opinión pública. Para la calidad de la democracia este arbitraje difuso es tan importante o más que el arbitraje cuatrienal del cuerpo electoral. La existencia de una opinión pública constitucional que disuada a los actores de convertir el enfrentamiento en agresión y que sancione las conductas que son incompatibles con usos democráticos que no tienen siquiera que estar normativizados, es un factor clave para que un sistema político pueda ser considerado auténticamente democrático.

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Este arbitraje difuso está operando de manera extraordinariamente deficitaria tanto en el sistema político español como en los subsistemas de las distintas comunidades autónomas. El coste empieza a ser alto. Y tal como está el patio, puede ser todavía mayor. Ahí tenemos ya como referencia el botón de muestra de la inmigración y de su previsible tratamiento en las futuras campañas electorales.

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