Crítica:ELECTRÓNICA | Joy Orbison

Noche de gloria para la cursiva

Reconozcámoslo desde la primera línea, antes de que el respetable se nos abalance sobre la yugular: hay ocasiones en que el cronista ha de sentirse necesariamente solidario con aquel pobre pulpo al que soltaron en lo ancho del garaje. En esos casos, nada mejor que recurrir a las fuentes del conocimiento. Isabel, gran entendida en música electrónica ("uno de mis hermanos es dj en Ibiza"), no se quiso perder anoche a Joy Orbison porque, al parecer, estamos ante "la nueva gran sensación británica del género". Y ella fue quien se avino a explicarnos por qué a este lánguido rubiales debemos ...

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Reconozcámoslo desde la primera línea, antes de que el respetable se nos abalance sobre la yugular: hay ocasiones en que el cronista ha de sentirse necesariamente solidario con aquel pobre pulpo al que soltaron en lo ancho del garaje. En esos casos, nada mejor que recurrir a las fuentes del conocimiento. Isabel, gran entendida en música electrónica ("uno de mis hermanos es dj en Ibiza"), no se quiso perder anoche a Joy Orbison porque, al parecer, estamos ante "la nueva gran sensación británica del género". Y ella fue quien se avino a explicarnos por qué a este lánguido rubiales debemos clasificarlo en las estanterías del dubstep. "Lo suyo es una evolución del house y del techno. Pero pasando, lógicamente, por la influencia del drum 'n' bass, muy presente en los clubes londinenses durante la última década".

Al menos algo nos queda claro: para escribir sobre música electrónica hay que hundir a cada rato el dedo en el comando de la letra cursiva. La norma general está clara: cuantos más términos en inglés, mejor. ¿Hemos mencionado que también confluyen elementos de UK garage y de jungle en el mejunje del amigo Orbison?

En realidad, todo tenía anoche algo de insondable en el debut madrileño de este nuevo gurú del bailongueo (por seguir dándole trabajo al editor de cursivas). Para empezar, rara vez había vivido El Sol, cuna de la movida madrileña y el rock con solera, semejante eclosión de platos y mesas de mezclas. Alguno que otro, con seguridad, debió sentirse cefalópodo entre el centenar escaso de asistentes a la exhibición de este silente muchachuelo de 22 años.

La otra aclaración urgente es que Orbison no se llama así, sino Peter O'Grady. En consecuencia, su denominación artística surge de un mínimo juego de palabras con el desaparecido Roy Orbison, cambiando el nombre de pila por Joy (alegría en inglés). Por desgracia, el autor de Pretty woman, Crying y muchas otras canciones desgarradoras nos abandonó hace tiempo y no podemos conocer su opinión al respecto. Pero intuimos que el chiste le parecería francamente malo.

A O'Grady se le empezó a conocer en 2009 a partir de su tema Hyph mngo, una pieza planeante y downtempo (lo podríamos decir en cristiano, pero hoy tenemos el día cool) que la revista Fact Magazine coronó como la más excelsa de la temporada. En directo, en cambio, metió mucha más tralla. Dicen que el chaval es muy tímido, pero manejó los dos platos, los dos cedés y los vúmetros con tanto desparpajo como para empezar repeinado e ir desmelenándose. Como las cursivas, que son letras licenciosas y disolutas. Un modus vivendi que al principio da gustirrinín y, a partir de cierto punto, solo un monumental dolor de cabeza.

Joy Orbison, ayer en la sala El Sol.BERNARDO PÉREZ
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