Análisis:LLAMADA EN ESPERA | ARTE | Exposiciones

Inventos y visiones

Nada más entrar al espacio elegante se da uno de bruces con los sorprendentes dibujos que recuerdan al Bruno Taut más radical e incluso a cierto toque casi irónico de la publicidad y las series futuristas para la televisión de los cincuenta. De pronto, cuando los ojos se han quedado maravillados frente a los planos de una casa plantada -sí, como un árbol-, la mirada sale literalmente corriendo hacia un artefacto fabuloso, tamaño real -¡un híbrido entre coche y avión!- que trae noticias frescas de Marinetti y de la carrera espacial de la Gran Era estadounidense, la de los viajes espaciales y la...

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Nada más entrar al espacio elegante se da uno de bruces con los sorprendentes dibujos que recuerdan al Bruno Taut más radical e incluso a cierto toque casi irónico de la publicidad y las series futuristas para la televisión de los cincuenta. De pronto, cuando los ojos se han quedado maravillados frente a los planos de una casa plantada -sí, como un árbol-, la mirada sale literalmente corriendo hacia un artefacto fabuloso, tamaño real -¡un híbrido entre coche y avión!- que trae noticias frescas de Marinetti y de la carrera espacial de la Gran Era estadounidense, la de los viajes espaciales y las historias de extraterrestres -que resultaban ser los soviéticos-. Se vuelven a mirar los dibujos, los planos y el coche aerodinámico y asombra la fecha: finales de los veinte, mediados de los treinta del siglo pasado.

Aunque lo fabuloso no termina aquí. A un lado y otro van surgiendo propuestas para épocas de crisis -cuartos de baño compactos o arquitecturas de urgencia para la Depresión-; estructuras geométricas; y la que será la gran aportación del autor de los inventos, la cúpula geodésica, otro modo de concebir el espacio que resume cierta fascinación hacia el planeta Tierra, una suerte de estructura también. Es en 1951 cuando el autor se refiere al planeta como Nave Espacial Tierra, aludiendo también a su enorme fragilidad.

En fin, que el espacio Ivorypress de Madrid ha hecho diana con Buckminster Fuller y no sólo por los ecos de "sostenibilidad" -un término sobreusado, lo siento- que evoca el trabajo de este personaje a medio camino entre autodidacta, agitador cultural, arquitecto, ingeniero, visionario e inventor. El visitante asiste a una fiesta de visiones y la vista viaja deprisa, queriendo atrapar todas esas sorpresas en una ciudad donde lo asombroso no abunda, la verdad: aquí las cosas se parecen con demasiada frecuencia a un déjà vu. La fiesta es doble porque no sólo es posible ver trabajos inesperados, sino una muestra digna de museo con préstamos de primera línea.

Los artífices del brillante resultado han sido los comisarios, Norman Foster, quien colaboró con Fuller en sus últimos años y que ha vuelto a poner "el aerocoche" en marcha, y Luis Fernández-Galiano, quien lleva años mostrando su preocupación genuina hacia nuevas propuestas "sostenibles" -Lacaton y Vassal, Diedebo Kere, Aravena..., entre otros-. Sea como fuere, tras las bambalinas se halla, una vez más, la curiosidad luminosa de Elena Ochoa y el resultado es estupendo, lo verán si se acercan.

Es estupendo sobre todo porque pone en evidencia la propia contradicción de la tecnología y su fortuna crítica, y las paradojas de la sociedad norteamericana en esa excitante franja de tiempo que abarca desde el "mundo feliz" -amenazado por la bomba atómica- hasta la revolución del 68, donde los esquemas impuestos en esa realidad de los cuarenta-cincuenta se revisan sin piedad. ¿Cómo es entonces posible que Fuller encaje en ambas propuestas, la impenitente confianza en la tecnología de los cincuenta y el regreso de las visiones de una nueva modernidad de los sesenta/setenta, momento en el cual Fuller se convierte en una figura de culto, casi en héroe contracultural? Quizás es cierto que entre ambos mundos hay mucha más relación de la que se pensaría o será tal vez la versatilidad del inventor, que le presenta entre la contracultura como autodidacta y visionario. El caso es que cuando salía de Ivorypress pensaba en una cita de tecnologías visionarias escrita por Osip Mandelshtam: "Me gustan los dentistas por su amor al arte, por su amplio horizonte, por su tolerancia ideológica. Me gusta el zumbido del torno, ese desvalido y pequeño hermano terrenal del avión que orada el inmenso azul". Fantástico Fuller.

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