Columna

La semana trágica

Desde hace unos meses los problemas económicos que padecemos son los tradicionales de la parte baja de un ciclo: estamos saliendo de una recesión. La excepcionalidad está en las tremendas consecuencias que va a tener por mucho tiempo una crisis tan larga y profunda, en materia de paro, empobrecimiento de las clases medias, temor al consumo y propensión al ahorro, y cambio de las prioridades a medio y largo plazo (por ejemplo, en la lucha contra el cambio climático).

Conviene ver la perspectiva. Lo que sucede en septiembre de 2010 se parece poco al pánico que se contagiaba de modo aceler...

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Desde hace unos meses los problemas económicos que padecemos son los tradicionales de la parte baja de un ciclo: estamos saliendo de una recesión. La excepcionalidad está en las tremendas consecuencias que va a tener por mucho tiempo una crisis tan larga y profunda, en materia de paro, empobrecimiento de las clases medias, temor al consumo y propensión al ahorro, y cambio de las prioridades a medio y largo plazo (por ejemplo, en la lucha contra el cambio climático).

Conviene ver la perspectiva. Lo que sucede en septiembre de 2010 se parece poco al pánico que se contagiaba de modo acelerado por el mundo dos años antes, en septiembre de 2008. El 7 de septiembre -¿se acuerdan?- el Gobierno de George Bush nacionalizaba la industria hipotecaria americana, más allá de la tutela estatal que existía sobre Fannie Mae y Freddie Mac. Ocho días después suspendía pagos el banco de inversión Lehman Brothers, y el Tesoro y la Reserva Federal (Fed) no movían un músculo para salvarlo. El 16 de septiembre, otra nacionalización republicana y neocon: el Gobierno se hacía cargo del 80% de una de las principales compañías aseguradoras del mundo, AIG.

Muchos bancos han jugado con la irresponsabilidad financiera como si fuese una materia prima

El 18 de septiembre, una gran fusión bancaria en Gran Bretaña avisaba que los problemas habían traspasado el océano: Lloyds compraba HBOS, la mayor entidad hipotecaria británica, que controlaba el 20% del mercado de seguros. Y tres días después, de nuevo en EE UU, la aristocracia de la banca de inversión, Goldman Sachs y Morgan Stanley, dejaban de serlo y devenían en holdings financieros, condición que les había puesto la Fed para ayudarlos. A partir de ese momento dispondrían de la supervisión y regulación de cualquier otro banco comercial. Una semana después, los Gobiernos de Holanda, Bélgica y Luxemburgo nacionalizaban Fortis, un banco en apuros.

Al día siguiente, el británico Bradford & Bingley fue nacionalizado, con un coste superior a los 41.000 millones de libras esterlinas, y su red de sucursales fue adquirida por el Santander. Alemania tampoco se quedó al margen y el 5 de octubre siguiente el Hypo Real Estate fue nacionalizado a un coste de 50.000 millones de euros. El 6 de octubre se derrumbó el sistema financiero de Islandia: el Gobierno cerró los bancos y congeló el movimiento de capital al exterior. Durante el fin de semana siguiente, el sistema bancario inglés estuvo a punto de reproducir las imágenes de pánico de ¡Qué bello es vivir! Y un importante banquero de la City declaraba a John Lanchester, autor del impactante libro titulado ¡Huy! Por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar (Editorial Anagrama), que aquél fue "el único momento de mi vida profesional en que sentí verdaderamente miedo". Ese mismo fin de semana, el Royal Bank of Scotland recibía una inyección de dinero estatal del orden de 20.000 millones de libras, la primera etapa del rescate.

Ha ocurrido ayer y parece que se nos ha olvidado. Los bancos jugaron con la irresponsabilidad financiera como si fuera una materia prima.

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