Reportaje:LIBROS

Un relámpago de palabras

Pues yo se lo quitaría; le daría al texto más contundencia". Clara Obligado y Patricia Esteban Erlés están sopesando frente a un café si ellas habrían puesto o no un punto en el cuento Luis XIV, de Juan Pedro Aparicio. Discusión relativa, hasta banal o esnob, si no fuera porque quitarle ese punto significa cargarse exactamente la mitad del texto, que íntegro reza: "Yo". Sí, es un microrrelato, el arte de contar lo máximo en lo mínimo, habilidad inusual cuyas muestras excelentes la argentina Obligado ya reunió en 2001 en una antología y que ahora repite con éxito en una segunda entrega, ...

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Pues yo se lo quitaría; le daría al texto más contundencia". Clara Obligado y Patricia Esteban Erlés están sopesando frente a un café si ellas habrían puesto o no un punto en el cuento Luis XIV, de Juan Pedro Aparicio. Discusión relativa, hasta banal o esnob, si no fuera porque quitarle ese punto significa cargarse exactamente la mitad del texto, que íntegro reza: "Yo". Sí, es un microrrelato, el arte de contar lo máximo en lo mínimo, habilidad inusual cuyas muestras excelentes la argentina Obligado ya reunió en 2001 en una antología y que ahora repite con éxito en una segunda entrega, Por favor, sea breve 2, también editada en Páginas de Espuma, ahí donde la zaragozana Esteban Erlés cuenta con cuatro piezas.

"El autor de microrrelato no busca dinero; no hay dinero en la microficción; ese nunca fue el objetivo de Borges", dice Obligado

El microrrelato es un reto: obliga a romper moldes. Si no, más vale ni acercarse. "Se necesita un lector más atento, más formado que el que accede normalmente a una novela o un libro de cuentos: hay que estar dispuesto a cazar dobles juegos y un sinfín de figuras retóricas que son las que usa el autor y que explican que el género sea genial para enseñar a escribir", ubica Obligado. Y que nadie se sorprenda si en la selección de los casi 200 autores del volumen hay más de desconocidos que famosos. "Quien escribe microrrelato no busca dinero; no hay dinero en la microficción; ese nunca fue el objetivo de Borges o de Monterroso; el dinero marca una manera de escribir", apunta la antóloga.

"¿Cómo pedir dinero por un momento de luz?", desafía Esteban, que también tiene nuevo libro de relatos normales: Azul ruso (Páginas de Espuma). ¿Momento de luz? "Se trata de transformar en palabras un relámpago, una idea que te persigue, si estás demasiado tiempo y espacio con un relato de este tipo te quemas; es una noche de pasión, corta pero intensa", acaban defendiendo al alimón. "Estamos más cerca de un copy publicitario que de un poeta; es una ocurrencia, un eslogan; los relatos son como un libro pop-up", que se despliega ofreciendo un mundo tridimensional desde una página aparentemente plana.

"Yo grité. Tú torturabas. Él reía. Nosotros moriremos. Vosotros envejeceréis. Ellos olvidarán", reza Conjugación, de Ángel Olgoso, otro seleccionado. Poco más se puede sugerir en menos espacio. Pero esas propuestas, aunque parezcan lo contrario, demandan su tiempo, de elaboración y de digestión. "Un microrrelato es alta cocina; requiere un proceso enorme y, aunque lo parezca, rápido y superficial no van juntos: se pueden leer en el autobús, claro, pero lo más probable es que sólo pueda leer uno: los microrrelatos sirven para estos tiempos de aceleración, pero no quiere decir que sean superficiales; rápido y superficial, en la minificción, no va junto", sentencia la antóloga. Y Esteban agrega: "En este tipo de textos se trabaja mucho con el silencio; en una novela, la elipsis se redondea, aquí es el abismo... Un microrrelato propone silencio en un mundo cargado de vida; es revolucionario".

Una lectura de una antología a la otra lleva a pensar que el género evoluciona hacia una mayor brevedad. ¿Es eso posible? "Sí, sí, es una tendencia clarísima; y eso es fruto del perfeccionamiento del género: se ahorran cada vez más palabras; vamos al más difícil todavía", dice Obligado, que muestra un relato de página en blanco, sólo con el título: El fantasma, (una obra de Guillermo Samperio). También le ha costado ahora menos encontrar voces españolas, que retoman un género que ya habían cultivado ilustres como Galdós, Pardo Bazán, Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna y Max Aub, siguiendo la estela de Rubén Darío. "Hoy en España hay muchísima energía y calidad, las fuentes están más abiertas temática y estilísticamente que nunca: desde listas de la compra a series de televisión, pasando por clásicos como Blancanieves", recita la experta. Y entre los novísimos del género ahí están las mujeres, que hacen con una lavadora, unas tijeras o una sábana grandísimas historias. "Para ellas son objetos de todos los días que vuelven inquietantes; también suelen ser muy críticas con la maternidad; eso no se ha dado en el microcuento de América Latina".

Hay una eclosión del género, que quizá Internet facilita porque, según Obligado, "es un género nuevo e ideal con la red de soporte, hay mucho bloc dedicado a eso". Y ello queda reflejado en un intrusismo de doble filo. Por un lado, el positivo: los jóvenes se enganchan porque "los microtextos los puedes pintar, bailar o mandar por el móvil"; por eso habla Obligado de "hormigas" frente a los dinosaurios, en referencia al mítico cuento hiperbreve de Monterroso. Por otro, está el intrusismo negativo, el de las "excursiones de los novelistas", que consideran el relato como "una rodaja de una novela y es tan distinto como pintar al óleo o a la acuarela".

"Mientras subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba el niño". (El globo. Miguel Saiz Álvarez). Como dicen Obligado y Esteban, si han de leerse, un libro entero seguido "es un atracón de bombones". Si quiere practicarse, se trata de "leer mucho y escribir lo mínimo, quitar y quitar". De ahí la vital discusión del punto.

Por favor, sea breve 2. Antología de microrrelatos. Editoras: Clara Obligado y Patricia Esteban Erlés. Páginas de Espuma. Madrid, 2010. 256 páginas. 15 euros.

Un microrrelato transforma en palabras un relámpago, una idea que te persigue.GETTY

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