Análisis:DIEZ AÑOS DEL DEBUT DE JUAN CARLOS NAVARRO CON LA SELECCIÓN

Curro Romero en la cancha

La grada, a veces, es tan soberana como certera. Lo fue en el caso de Juan Carlos Navarro. Antes de que muchos entrenadores y rivales apreciaran sus cualidades, antes de que el propio chavalín de 17 años se sonrojara todo lo que puede sonrojarse alguien con su desparpajo innato tras debutar con el Barça, a los aficionados del Palau les pareció suficiente con lo visto en diez minutos para despedirle coreando su nombre: como si de Curro Romero se tratase. Sabía que aún le quedaba un largo camino por delante, que al domingo siguiente tenía que volver al equipo filial, que sólo una lesión de Rafa ...

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La grada, a veces, es tan soberana como certera. Lo fue en el caso de Juan Carlos Navarro. Antes de que muchos entrenadores y rivales apreciaran sus cualidades, antes de que el propio chavalín de 17 años se sonrojara todo lo que puede sonrojarse alguien con su desparpajo innato tras debutar con el Barça, a los aficionados del Palau les pareció suficiente con lo visto en diez minutos para despedirle coreando su nombre: como si de Curro Romero se tratase. Sabía que aún le quedaba un largo camino por delante, que al domingo siguiente tenía que volver al equipo filial, que sólo una lesión de Rafa Jofresa y de los bases del equipo júnior, Txema Marcos y Juan Carlos Cazorla, le habían abierto aquella primera rendija en el equipo. Bueno, eso y también la tutela de dos hombres clave en la cantera azulgrana de aquellos tiempos. Uno era Miguel López Abril, ex base internacional, entrenador por entonces de los equipos inferiores. Cuando Juanqui era un renacuajo y seguía las evoluciones de su hermano Ricardo en los júniors, Miguelito tenía que acabar echándole un partido y otro también de la pista porque no dejaba de tirar y tirar a canasta exprimiendo hasta la exageración los instantes previos y los intermedios de los partidos de los mayores. Joan Montes es el otro hombre clave en la historia, el que le hizo debutar aquel día, un 23 de noviembre de 1997, junto a figuras como Djordjevic, Dueñas y Jiménez.

Había que estar muy ciego para no ver que aquél adolescente, poca cosa físicamente hablando, tenía algo muy especial. Solo alguien que llevara el baloncesto en las venas hubiera sido capaz de inventarse ese tiro por elevación mientras entra a canasta en suspensión que, al igual que sus asombrosos triples, por lejanos y por rapidez de ejecución, le valieron el apodo de La Bomba. Bien es cierto que muchos como él fracasaron en el intento. Pero se equivocaron quienes vieron en él la típica flor de un día, el talentoso dieciochoañero que se echa a perder a la que ve cómo se las gastan los mayores en la ACB, las exigencias de una competición profesional.

Era sólo cuestión de tiempo que Lolo Sainz le diera la alternativa en la selección. Lo hizo un 18 de agosto de 2000 en un partido contra Lituania disputado en Granada. Por entonces, hacía ya tiempo que Juanqui era el mejor amigo y compañero de fatigas de un tal Pau Gasol. El dos veces campeón de la NBA, iba un poco retrasadito por entonces, no había sido titular en la selección española júnior que ganó el Mundial en 1999 y tampoco Lolo Sainz consideró oportuno llamarlo para los Juegos de Sidney. Allí se llevó a Navarro y a Raúl López. Allí afilaron sus primeras armas en un torneo que resultó nefasto para la selección. Allí empezó lo que diez años después va camino de convertirse en leyenda, sin duda en uno de los mejores jugadores europeos de los últimos tiempos. Michael Jordan tuvo el ojo clínico de elegirlo para Washington en el número 40 del draft de 2002. Todavía había dudas sobre la verdadera dimensión de este jugador que cumple su décimo aniversario con la selección. Las despejó todas, una por una. Bien es cierto que en la NBA, en los Grizzlies de su amigo Pau, no acabaron de apreciar su talento. Pero dejó la huella que le permitieron dejar y prosiguió con una carrera con la que muchos no pueden siquiera soñar. Su aparente endeble cuerpo ha respondido a la perfección al paso del tiempo y a su pasión por el juego. Por eso puede presumir de no haberse perdido en los diez años transcurridos ninguna de las citas ni del Barça -dos Euroligas, cinco Ligas, cuatro Copas, una Korac-, ni de la selección, con la que ha sido campeón del mundo, de Europa y subcampeón olímpico. A sus 30 años ha demostrado que no solo le importa su casi siempre abultada cuenta particular de puntos, que es capaz de sacrificarse como el que más en beneficio del equipo y defender a base de bien sin por ello dejar de seguir brindando recitales únicos en ataque. Por eso suscita los piropos de todos sus entrenadores y agudos dolores de jaqueca a sus rivales. Con permiso de su amigo Pau, es un auténtico número uno.

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